Oído en el Táchira, el vientre regional ya parió siete presidentes de la república, pero el gocho de La Grita es el próximo que sigue.
Se van develando los nombres de los compatriotas que en verdad aspirarán a competir en las primarias y aquel que resulte victorioso, en esa consulta soberana y democrática, enfrentará luego a quienes y a pesar de haberle hecho un daño cuasi definitivo al país, mórbidos, cínicos y perniciosos, pretenden seguir defraudándolo.
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Afirmo de una vez que respaldaré a quien resulte favorecido en las primarias, sin condicionamientos ni fluctuaciones de ningún tipo, pero igualmente pienso que el más preparado, experimentado y adecuado para atender lo que significará lidiar con el difícil y complejo escenario con forma de toro furioso que dejarán en el ruedo de la vida de esta tierra los que mal gobernaron, una bestia con casta de Miura y fuerza de Victorino ese astado, dirían en la madre patria de hace unas décadas. El que tenga con qué realmente plantársele enfrente debe ser el elegido.
El día después de la salida del sátrapa, quedará un país desarmado y desacreditado institucionalmente; desconstitucionalizado, desconvencionalizado, anómico, arruinado y ahíto de rencor, frustración y deseos de venganza. Abono, además, inestable y peligroso, patológicamente hiperestésico y sensible. ¿Quién le pone el cascabel a ese gato?
Se nos ha dicho que el votante venezolano es más emotivo que racional y, desde luego, si tomamos en cuenta cómo pudieron llegar Hugo Chávez y sus espalderos al poder, tomaría cuerpo y como sentencia firme aquello de que el pueblo, especialmente el más pobre, se enamoró de él. Evoco al hacerlo al filósofo español José Ortega y Gasset, para quien y lo cito textual: “El enamoramiento es un estado de miseria mental en que la vida de nuestra conciencia se estrecha, empobrece y paraliza”.
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Disculpen el sarcasmo, pero no es admisible votar esta vez por quien nos simpatice o nos interprete la amargura y el reconcomio, sino por aquel que hará, con pericia y consistente carácter, lo que se debe hacer. Ya Marco Aurelio nos mostró y lo parafraseo, que la mejor venganza es no ser, no actuar, como aquel que te hizo daño.
Hay que votar por el que tenga el talante para encarar todas las tensiones y las tentaciones, todos los días y desde el primer día. Un estadista es requerido y no un verdugo, aunque la firmeza por la justicia no puede fallarle. Un conocedor de la economía política y capaz de aplicar un programa que nos permita crecer en todos los órdenes, crear empleo, sosegar la inflación hasta vencerla, renegociar y domeñar la deuda y, sin embargo, regresar paulatinamente al equilibrio y demás elementos de disciplina fiscal.
Debe desanudar la economía, abrirla al comercio con todos, aprovechando nuestras ventajas comparativas, revisar las políticas de integración, desregular completa y rápidamente, privatizar o regresar si aún lo quieren a sus legítimos propietarios las empresas que la compulsión expropiatoria del facissocialismo expropió y confiscó abusiva, ilegal y dolosamente, pero examinar en el otro tablero, sin afanes demagógicos, con seriedad y coherencia, la legislación laboral y la tributaria, promover el diálogo tripartito para acometer la tarea en conjunto y asumir también juntos la consideración con mesura y ponderación, de las cargas y necesidades de la sociedad. El ciudadano tiene derechos, pero también tiene deberes.
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Renegociar la enorme deuda que nos lega el chavomadurismo requerirá sapiencia, seriedad, honestidad, patriotismo, respeto y compromiso con el futuro sustentable del país. Otro teatro desafiante y lleno de arenas movedizas. También allí es menester conciliar el conocimiento, la experiencia pública y el coraje para decidir con sentido de oportunidad.
Liderar desde el comienzo el caos heredado, con autoridad, dando el ejemplo y, consciente de que hay que desmontar un Estado inoculado de personalismo, corrupción e ideologismo, demagógico y populista, indisciplinado, envilecido, no es para cualquiera.
¡Prohibido, compatriotas, equivocarnos! No se trata de escoger un compañero o compañera para ir al cine o soltarnos a reír, sino, digámoslo así, un director de la orquesta de la república y, tendría que hacerlo, para que nos suene bien, como el mismísimo Dudamel.
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No desmerezco a ninguno de los candidatos en las primarias. Me he acostumbrado a no engolosinarme con las escaramuzas en la oposición porque allí están, aunque no lo parezca a veces, los que quieren como yo exorcizar a la patria de Bolívar de los peores demonios que la han poseído. No creo, en suma, ubicar mis mayores enemigos de ese lado.
Conozco a César Alejandro Pérez Vivas desde hace mucho tiempo. Hemos sido correligionarios y en materia de pensamiento cristiano y doctrina social de la iglesia condiscípulos, es abogado, profesor universitario, administrativista y lector incansable. Casado con una maravillosa y gentil dama, con hijos sanos y probos, una carrera pública sin dobleces. Leal y consecuente con sus amigos y sin dejarle nunca la calle al adversario, pero, sobre todo, moderado, sereno, responsable. Ese gocho debe ser el ocho. ¡Dios mediante!