La oposición se movió en los dos últimos años. Cambió y está cambiando en el sentido de mejorar su desempeño.
La primera señal fue adoptar la vía electoral como su camino estratégico.
La segunda es su reordenamiento. Emerge una nueva jerarquización de los liderazgos, mientras los partidos parecen mantener aún el orden anterior. Está por verse si de aquí a octubre los hechos confirman las percepciones de este momento.
La tercera señal proviene de la gente: el generalizado deseo de cambio está creando la viabilidad para abrir el tránsito del autoritarismo a la democracia. Será un proceso tenso y accidentado, pugnaz pero pacífico, entre los dos polos que deben someterse al juicio electoral. Dilema: cambio o continuismo.
El régimen puede salir por votos, a menos que las actitudes extremistas tuerzan la política hacia el desprecio del diálogo y la coloquen en el deja vú insurreccional.
La derrota de la candidatura oficialista, en correspondencia con el alto rechazo al gobierno, solo puede evitarla el abandono de la vía electoral, por parte del gobierno o de un sector de la oposición. Ambas salidas resultarán muy costosas para sus ejecutores y el país.
Aunque vamos bien no estamos a pata de mingo ni contamos con bochadores de brazo largo.
Hay que perfeccionar y blindar la estrategia contra todos los ventajismos y provocaciones gubernamentales.
Dirigentes y partidos tienen el desafío de hacer campaña para renovar sus capacidades de relación, comunicación y representación de la gente .
Tienen que salir del ámbito de la oposición dura y situarse en la Venezuela que desconfia de la política.
Hay que reformular el concepto de unidad. Fuerzas semejantes en objetivos, son diferentes en sus visiones y contenidos políticos.
Aún así, hay que sumar toda la diversidad opositora en un plan para crear condiciones de victoria y para gobernar con estabilidad. La unidad no es efectiva sin el concurso de todos los partidos, ni efectiva sin movilización de la población.
El cuadro político de la oposición de hoy no se configura según fronteras ideológicas ni entre izquierdas y derechas.
En esas condiciones la misión del centro es atraer, agregar y sintetizar aportes desde las posiciones extremas, argumentando, persuadiendo y superando la polarización; no atacando a un polo para excluirlo.
Las pruebas de madurez interpelan hoy a María Corina y a las oposiciones.
El cemento es aferrarse a su carta de triunfo: el voto. No hay chance para atajos ni para emboscar a la certidumbre constitucional y democrática.
María Corina ha logrado crear la percepción creciente de encarnar una opción con chance de victoria. La actitud hacia su avance no puede ser de ataque o descalificación.
Ella forma parte de un campo opositor que necesita tolerancia y solidaridad en una competencia, aún abierta, por encontrar la mejor fórmula para unir, ganar y gobernar para la convivencia y la prosperidad.
No comparto aspectos fundamentales de su propuesta de gobierno. Pero veo que tiene retroceso.
En dos oportunidades ha dado vuelta en U: cuando se decidió que el C.N.E organizara la primaria y cuando el régimen la inhabilitó. Sus respuestas no extremistas aconsejan suspender los juicios sobre su lema «hasta el final».
Trabajemos para consolidar la estrategia electoral, acrecentar la disposición de voto por el cambio y prepararnos para un escenario donde haya que pasar el testigo y ver. Barinas fue un primer ensayo.