Lecturas: Jer 31, 31-34; Sal 50;
Heb 5, 7-9; Jn 12, 20-33
El profeta Jeremías anuncia, de parte de Dios, una nueva alianza con su pueblo Israel (primera lectura). Esta será distinta a la que hizo cuando lo sacó de Egipto: su contenido (leyes) se había escrito en tablas de piedra y se había sellado con la sangre de animales ofrecidos en sacrificio, derramada sobre un altar de piedra y rociada sobre el pueblo. La nueva alianza, dice el Señor, será escrita en el interior de cada uno, en sus corazones, y tendrá como fruto el perdón de los pecados.
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Esta nueva alianza se realiza en Cristo, con su pasión y su resurrección. La sangre de los animales sacrificados que sella la antigua alianza es sustituida por la sangre de Cristo derramada sobre el altar de la cruz para el perdón de nuestros pecados. La nueva alianza se realiza con toda la humanidad, no solo con el pueblo de Israel. Para que esta tenga lugar, Jesús, el Hijo de Dios, debe aceptar la muerte en obediencia a la voluntad del Padre, quien ha dispuesto su muerte en la cruz para la salvación de todos los que crean en él. Él ha suplicado al Padre, al que podía salvarlo de la muerte, con gritos y lágrimas, que lo librara de esta hora. Pero el silencio del Padre le ha hecho comprender que esa es su voluntad y que debe aceptarla con obediencia, para convertirse en «autor de salvación eterna».
Ha llegado la hora, ha llegado el momento, en que el grano de trigo debe morir para que pueda dar fruto. Es el momento de la glorificación: con la muerte y resurrección de Jesús se manifiesta la gloria de Dios que salva a los pecadores, con el triunfo sobre el pecado y con la donación de una nueva vida; este es el misterio de la Pascua, lo que con fe e intensa devoción celebraremos en la Semana Santa. También nosotros estamos llamados a ser en nuestra vida granos de trigo que saben morir a sí mismos para hacer la voluntad de Dios. Ello implica una vida de renuncia a nuestro egoísmo y de puesta de la propia existencia al servicio de Dios y de los demás, al servicio del amor y del esfuerzo por convertir nuestra existencia en un árbol fecundo que da frutos y contribuya a la edificación de un mundo nuevo, fundamentado en el encuentro con Dios y con los otros.
Que estos últimos días de Cuaresma nos ayuden a encontrar el modo de, al igual que el grano de trigo, morir a nosotros mismos para nacer a una nueva vida abundante en frutos.
Que la Virgen Santísima nos acompañe en este camino hacia la Pascua.
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FELIZ DÍA DEL SEÑOR PARA TODOS
Los catecúmenos que serán bautizados en la Vigilia Pascual realizan hoy el tercer escrutinio. El celebrante pedirá a Dios en la oración de exorcismo que libere del mal que arrastra a la muerte a los elegidos, para que puedan recibir la vida nueva de Cristo resucitado y den testimonio de ella.
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