Nelson Chitty La Roche, experto político venezolano, analiza la situación de la democracia en Venezuela
«Los hechos son testarudos; y cualesquiera que sean nuestros deseos, nuestras inclinaciones o los dictados de nuestras pasiones, no pueden alterar el estado de los hechos y las pruebas».
John Adams
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Por Nelson Chitty La Roche . – A diario nos toca a los venezolanos ser testigos de la usurpación que se lo permite todo, desde el uso del poder para fines distintos de lo que le es connatural, hasta la adulteración de los procedimientos y el envilecimiento de las instituciones.
En efecto, la empresa ideologizante del partido de gobierno sobre el Estado en cualquiera de sus expresiones, configura una relación de dominación que nos despoja además de nuestras libertades formales y compromete el ejercicio de los derechos que constitucionalmente nos habrían sido acreditados y garantizados.
No somos libres ni se nos aseguran los contenidos ciudadanos. Cabe concluir que perdemos la condición republicana y mutamos antropológicamente, descolorida nuestra membresía y sustancialmente, el cuerpo político al que creímos pertenecer.
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«La revolución de todos los fracasos» nos condujo a perder la república, con sus valores fundamentales y su entidad ética incluida. No hay nada ya en el corazón de la clase política gobernante y el chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo, solo conserva su ontológica compulsión concupiscente, su rechazo a los controles y a la ley, el cinismo que los hace pensar que se merecen el poder, inconscientes como han sido por dos décadas y media de kakistocracia y una adicción por la impunidad.
El poder en una república es un desempeño comunitario, un sistema que se nutre de la virtud, un ente responsable de sus actos que sabe que debe autolimitarse y asume además que su realización consiste en ofrecer a sus destinatarios libertad, eficiencia, solvencia, transparencia y sometimiento a la Constitución y a la ley, y el respeto y la seguridad que se encuentra en la búsqueda del interés general y la fragua de la dignidad de sus conciudadanos. El poder de una república es responsable moralmente, además de rendir cuentas de sus actuaciones y resultados.
No fuimos una república hasta 1958, porque hablar de república civil es una redundancia. Solo hay una república y es aquella en la que somos actores de nuestras voluntarias decisiones, no pertenecemos a nada ni a nadie y la ley se cumple para todos. Lo fuimos con fallas por cuarenta años y el desvío del Poder Electoral nos llevó a estas aguas pestilentes, a estas arenas movedizas, a esta suerte de satrapía.
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Lo que se hace cotidianamente con la disidencia por parte del Estado PSUV, es todo menos republicano. Todas las patologías fueron inoculadas al aparato público, social, económico, militar, institucional y especialmente a la justicia. El personalismo, el sesgo que prevarica, la humillación de la sujeción que se sostienen no por aquiescencia y confianza sino por la maniobra, la manipulación y el miedo, el abandono de la soberanía, la desnaturalización que subordina todo al interés de las oligarquías despóticas y dominadoras, asfixia a la república.
Cerrar -y ya son cientos- emisoras y medios impresos para evitar así la expresión libre, la crítica, la cultura democrática, es otra constatación dolorosa, gravosa, vergonzosa de la desaparición de la república.
La destrucción de la educación, de la formación civil, de las universidades, desnuda lo que ya, sin embargo, no podría esconderse de ninguna manera: de la famosa república bolivariana, ni de la una ni de la otra, no hubo antes mucho pero veinticinco años después de la llegada del sátrapa que delirante la gritó, lo que queda es el deber de hacer los sacrificios a que haya lugar para pasar las hojas de nuestra hoy misérrima historia que, por cierto, en el facissocialismo que nos acogota, se cuenta entre las tareas que de sostenerse en el poder acometerían en sentido contrario.
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Decía Ribas en La Victoria, aquel 12 de febrero de 1814, ante unos muchachos sin duda inexpertos y seguramente turbados por el miedo a lo desconocido de una confrontación violenta: «No nos ha sido dado optar entre vencer o morir, menester es vencer, ¡Viva la república!». Y como siempre recuerdo y con gusto repito, llegó la hora de hacer lo imposible y evocar nuevamente al poeta Elías López la Torre: «Aquellos muchachos en una sola mañana y una sola tarde justificaron su paso por la tierra y eternizaron su juventud».
Sorprendamos al presente que solo tiene pasado, el 28 de julio próximo venidero, con una actuación presente, inesperada para ellos que nos permita tener un porvenir. Podemos y debemos hacerlo.