El Papa Francisco dirige la Misa Crismal en la Basílica de San Pedro del Vaticano, abordando el tema de la compunción y el perdón.
Este Jueves Santo, el Papa Francisco lideró la Misa Crismal en la Basílica de San Pedro, destacando la importancia de la compunción.
En su extensa homilía, el Papa Francisco enfatizó el poder transformador de las lágrimas de arrepentimiento y compasión en la vida espiritual.
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Para el Papa Francisco, “quien se compunge de corazón se siente más hermano de todos los pecadores del mundo, sin un atisbo de superioridad o de aspereza de juicio, sino con el deseo de amar y reparar”.
“Un corazón dócil, liberado por el espíritu de las Bienaventuranzas, se inclina naturalmente a hacer compunción por los demás; en vez de enfadarse o escandalizarse por el mal que cometen los hermanos, llora por sus pecados. Se realiza entonces una especie de vuelco, donde la tendencia natural a ser indulgentes consigo mismo e inflexibles con los demás se invierte y, por gracia de Dios, uno se vuelve severo consigo mismo y misericordioso con los demás”.
En este sentido, aseguró que el “Señor no nos pide juicios despectivos sobre los que no creen, sino amor y lágrimas por los que están alejados”.
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“Las situaciones difíciles que vemos y vivimos, la falta de fe, los sufrimientos que tocamos, al entrar en contacto con un corazón compungido, no suscitan la determinación en la polémica, sino la perseverancia en la misericordia”.
“La compunción es una gracia”
Dirigiéndose a los sacerdotes presentes en la Misa, destacó que “necesitamos liberarnos de resistencias y recriminaciones, de egoísmos y ambiciones, de rigorismos e insatisfacciones, para encomendarnos e interceder ante Dios, encontrando en Él una paz que salva de cualquier tempestad”.
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“Adoremos, intercedamos y lloremos por los demás. Permitamos al Señor que realice maravillas. No temamos, Él nos sorprenderá”, afirmó.
Más tarde, destacó que en la sociedad secularizada de hoy, “corremos el riesgo de mostrarnos muy activos y al mismo tiempo de sentirnos impotentes, con el resultado de perder el entusiasmo”.
“Si por el contrario, la amargura y la compunción, en vez de dirigirse hacia el mundo, se dirigen hacia el propio corazón, el Señor no dejará de visitarnos y de alzarnos de nuevo”, explicó.
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Por último, el Papa Francisco aclaró que “la compunción no es el fruto de nuestro trabajo, sino que es una gracia y como tal ha de pedirse en la oración”.
Por ello, aconsejó “no mirar la vida y la llamada en una perspectiva de eficacia y de inmediatez, ligada sólo al hoy y a sus urgencias y expectativas, sino en el conjunto del pasado y del futuro”.
También animó a redescubrir “la necesidad de dedicarnos a una oración que no sea de compromiso y funcional, sino gratuita, serena y prolongada”.
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“Gracias, queridos sacerdotes, por sus corazones abiertos y dóciles; gracias por sus fatigas y sus lágrimas, gracias por llevar la maravilla de la misericordia de Dios a los hermanos y a las hermanas de nuestro tiempo”, concluyó.
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