Opinión

El legado del Plan de Barranquilla: la semilla de la resistencia estudiantil en Venezuela

El Plan de Barranquilla, gestado en 1928, marcó un hito en la lucha política venezolana, encabezada por jóvenes rebeldes liderados por Rómulo Betancourt contra la dictadura de Juan Vicente Gómez.

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Por: Rafael Simón Jiménez. Reconocido como el primer programa político coherente en la Venezuela contemporánea, el denominado “Plan de Barranquilla” es producto de una reflexión y una madurez política, teórica y militante que anida en los jóvenes rebeldes que encabezan la protesta estudiantil de 1928 contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, encabezados por Rómulo Betancourt.

En febrero de 1928, el régimen gomecista lleva veinte largos años en el poder. Su continuidad y fortaleza son en buena medida producto de los grandes cambios que han impactado la realidad interna y mundial. Venezuela, disgregada, invertebrada, pobre, agrícola y pastoril, comienza a sufrir los inevitables cambios que la aparición y progresiva expansión de la exploración y explotación petrolera tendrán en lo interno y en su articulación con el sistema económico internacional.

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A medida que el petróleo aumenta su aporte a la renta interna y se consolida como gran factor energético mundial, Venezuela pasa a ser relevante para los grandes poderes económicos y militares conscientes de su interés estratégico. Las empresas anglo-holandesas y más tarde las estadounidenses fijan sus ojos en un país que se revela como potencial gran productor de hidrocarburos. Las inversiones e intereses foráneos requieren un régimen político que preserve y asegure sus negocios y que les brinde un ambiente de paz, estabilidad y continuidad en sus planes y operaciones. Gómez, visto al principio con aprehensiones y resquemores por los grandes centros de poder mundial, pasa a ser percibido como el modelo de gobernante capaz de generar gobernabilidad y de dar protección efectiva a los capitales extranjeros.

A lo interno, el crecimiento sostenido de los aportes fiscales generados por la expansión de las actividades petroleras le permite al régimen consolidar su base efectiva de poder, mediante el desarrollo de un ejército nacional que liquida definitivamente a las partidas y montoneras, la base de sustentación tradicional del caudillismo, la construcción de un sistema de interconexión vial que integra al país acortando distancia y creando condiciones para el ejercicio efectivo del poder del estado, y echando las bases de un sistema institucional y de administración que sustituye la relación jefe-ejército por el nuevo trípode jefe-ejército-administración, fundamento del estado moderno.

Estos grandes cambios, imperceptibles o indescifrables para los enemigos tradicionales de la dictadura de Juan Vicente Gómez, acostumbrados a una manera tradicional de ejercer la política y la guerra conforme a las pautas tradicionales de la Venezuela atrasada, empobrecida y disgregada, los desfasarán en las nuevas realidades y contexto, lo que permitirá a la dictadura liquidarlos progresivamente, reduciéndolos a las cárceles o a una vida errabunda por el destierro.

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En 1928, una nueva generación de jóvenes, la mayoría nacidos en el interregno conformado por el fin del gobierno de Cipriano Castro y el comienzo de la era gomecista, asisten a las aulas universitarias, en la histórica Universidad de Caracas o Universidad Central de Venezuela. Muchos de ellos se han formado en las aulas del Liceo Caracas, que regenta Don Rómulo Gallegos, o en las escasas instituciones de educación secundaria que existen en las capitales de provincias.

A pesar de la férrea censura que ejerce el régimen, por los intersticios clandestinos se filtran noticias o literatura que los informan de las nuevas doctrinas e ideas en boga, las que dan origen a la Revolución Soviética o Mejicana, o las ideas liberales y antiimperialistas que provienen de Perú o Chile. Algunos personajes con experiencias en el exterior, como el poeta Tocuyano Pío Tamayo, hablan de temas políticos y sociales que alimentan los deseos de libertad.

Cuando las festividades de la semana del Estudiante de febrero de 1928 derivan en una clara protesta contra el régimen, de las que participan jóvenes incluso vinculados a funcionarios de la dictadura, en el gobierno se prenden las señales de alarma. Pedro Manuel Arcaya, ministro e ideólogo de la tiranía, tiene la convicción de que detrás del simple desafecto hacia el gobierno de fuerza se esconde una clara influencia de ideas revolucionarias y comunistas de franca expansión por el mundo, por lo que sugiere incorporar al texto constitucional un artículo que las prohíba y sancione ejemplarmente.

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El 7 de abril de 1928, los mismos jóvenes revoltosos de febrero, que han tenido su primera incursión carcelaria y que son liberados por el general Gómez frente a demandas y reclamo de diversos sectores, se involucran en una acción militar para derrocar al régimen. El cuartel de Miraflores y el San Carlos son el epicentro de una conspiración de oficiales jóvenes que repudian los métodos del régimen y que contactan a los estudiantes para garantizar la incorporación y el apoyo civil a la sublevación. Delaciones y la acción oportuna del General Eleazar López Contreras derrotan la acción militar en Caracas, a lo que sigue una fuerte represión que obliga a muchos de los jóvenes implicados en la trama cívico-militar a huir al exterior. Entre ellos destaca Rómulo Betancourt, cuyos discursos y activismo ya le permiten destacar entre sus pares.

En Curazao, primera escala del obligado exilio, Betancourt escribe junto con Miguel Otero Silva un folleto titulado «Las Huellas de la Pezuña» (1929), donde buscan explicar las razones del movimiento estudiantil y rebatir la «etiqueta» de comunista que les ha colocado Pedro Manuel Arcaya con la intención de desprestigiarlos. Allí insisten en que las razones que motivaron la acción estudiantil del año anterior son claramente libertarias y democráticas. Esta primera experiencia en el exterior, particularmente en una isla cuya vida económica orbita en torno al procesamiento del petróleo producido en Venezuela, llevará a Betancourt a reflexionar sobre un tema que luego lo apasionará: la importancia vital de los hidrocarburos en la vida económica y social de Venezuela.

El año 1929 será el último en el que los exiliados venezolanos albergarán la esperanza de derrocar la longeva tiranía mediante una acción armada que combine fuerzas internas y externas. Los jóvenes curtidos en la aventura militar de abril de 1928 tomarán partido en las invasiones y alzamientos de Román Delgado Chalbaud, Rafael Simón Urbina, José Rafael Gabaldon, Norberto Borges, Juan Pablo Peñalosa y Arévalo Cedeño, todos condenados al fracaso.

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La frustración se transformará en reflexión cuando Rómulo Betancourt y el grupo de jóvenes exiliados que lo acompañan cobren noción no solo de la inutilidad de la vieja acción romántica y caudillesca, sino también de su carácter inefectivo para generar en Venezuela un régimen sustancialmente diferente al gomecista. Será la cancelación de la denominada «etapa garibaldiana» y el inicio de una etapa de análisis, reflexión, contacto con nuevas ideas políticas y reformulación de estrategias que serán claves para la formulación del «Plan de Barranquilla».

El grupo de reflexión que trabaja en torno a la construcción de una nueva visión y un nuevo proyecto político incluye a Valmore Rodríguez, Raúl Leoni, Ricardo Montilla, Pedro Juliac, Simón Betancourt, Carlos Peña Uslar, Juan José Palacios, Cesar Camejo, Rafael Ángel Castillo, Mario Plaza Ponte, P.J. Rodríguez Barroeta y, por supuesto, Rómulo Betancourt. El facsímil multigrafiado de la primera versión del Plan de Barranquilla, fechado el 22 de marzo de 1931, estaba encabezado por una mención-compromiso que señalaba: «Los que suscriben este plan se comprometen a luchar por las reivindicaciones en él sustentadas y a ingresar como militantes activos en el partido político que se organice dentro del país sobre sus bases».

La declaración que precede a las firmas que suscriben el plan muestra una nueva concepción de organización y lucha. Quienes lo suscriben se alejan de las viejas ilusiones «garibaldianas», centradas en aventuras armadas en alianza con los caudillos enemigos de Gómez, y asumen la construcción de una organización política como el instrumento idóneo para la acción transformadora en lo político y social. Está claro para ellos que al regresar del exilio deberán constituir un movimiento político basado en las ideas fundamentales que proclaman en el texto.

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En las consideraciones que preceden a las propuestas programáticas propiamente dichas, los adherentes comienzan por señalar la inutilidad del esfuerzo por poner fin a la dictadura gomecista si no se realiza un análisis de los factores políticos, sociales y económicos que permitieron el arraigo y la duración prolongada del orden de cosas que se pretende destruir. Se formula una crítica a las tesis «simplistas y antisociológicas» de quienes sostienen que solo en Gómez y en su persistencia radican las causas determinantes de nuestra inestabilidad nacional.

Luego, los postulantes del documento señalan que el análisis penetrante de la realidad venezolana, la confrontación de sus problemas con similares en otros pueblos de América Latina, la aplicación al estudio de su evolución histórica de los métodos de la ciencia social contemporánea y el esfuerzo decidido de ir más allá de las explicaciones superficiales de los fenómenos para buscar sus causas últimas, los llevan al convencimiento de que el despotismo ha sido en Venezuela, como en el resto del continente, expresión de una estructura social económica de caracteres diferenciados y precisables sin dificultad.

Esta segunda precisión en el texto revela una madurez teórica y conceptual. El grupo de jóvenes que lo suscribe ha dejado de ser bisoño luchador libertario y antidictatorial, como lo afirmaban el propio Betancourt y Otero Silva en «Las Huellas de la Pezuña», y ha tomado contacto y se ha empapado de las ideas y pensamientos que marcan el análisis filosófico y sociológico en el mundo. La metodología que se utiliza en el análisis de la realidad venezolana está ya contaminada de reformismo y marxismo, lo que se delata en la manera de disecar los fenómenos económicos y sociales, y de desentrañar los fenómenos causales en la realidad venezolana y latinoamericana.

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El «Plan de Barranquilla» desarrolla la tesis sobre los factores que permiten la permanencia o recurrencia del fenómeno del caudillismo y el despotismo en nuestras realidades nacionales y continentales, clasificando estos como «internos y externos». Los primeros pueden referirse a la organización político económica semi-feudal de nuestra sociedad. Los segundos a la penetración capitalista extranjera, y se propone analizarlos separadamente.

Al analizar el primer factor, es decir, la organización político-económica semi-feudal, los redactores del plan realizan un estudio de la evolución histórica de Venezuela desde su fundación como República en 1811. Concluyen que la permanencia e inalterabilidad del fenómeno latifundista como realidad de nuestra estructura económica y política ha permitido el arraigo del caudillismo. Señalan al latifundismo y al caudillismo como los dos términos clave de nuestra ecuación política y social. Afirman que para los caudillos y los latifundistas, la situación semi-hambrienta de las masas y su ignorancia son condiciones indispensables para asegurarse impunidad en la explotación de ellas. Argumentan que sin libertad económica, analfabetismo y degeneración por vicios, los trabajadores de la ciudad y el campo no pueden elevarse a la comprensión de sus necesidades ni encontrar causas para sus anhelos confusos de dignidad civil.

Las conclusiones al respecto son contundentes: señalan que nuestra revolución debe ser social, no meramente política. Liquidar a Gómez y, con él, al gomecismo, es decir, al régimen caudillista-latifundista, implica la necesidad de destruir en sus fundamentos económicos y sociales un orden de cosas arraigado profundamente en una sociedad donde la cuestión de la injusticia esencial nunca se ha planteado.

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La consideración en torno al segundo factor enunciado, a saber, la penetración capitalista extranjera, comienza con una afirmación categórica: «Entre el capitalismo extranjero y la casta latifundista-caudillista ha habido una alianza tácita en toda época. El antiguo capitalismo exportador de mercancías como el de la etapa imperialista, exportador de capitales, ha encontrado siempre en Venezuela la zona fácil de dominio por la ausencia de previsión nacionalista de nuestros gobernantes.

» Luego, en la misma dirección, se afirma: «La Standard Oil, la Royal Dutch, el Royal Bank y cuatro o cinco compañías más con capitales integrados en su totalidad en dólares o libras esterlinas controlan casi toda la economía nacional», siendo más precisos al acusar: «Los gobiernos capitalistas le han prestado una ayuda resuelta en todos los terrenos al despotismo. No es un secreto para nadie que en la secretaría de Estado norteamericana ha tenido el gomecismo un aliado decidido en toda época y para todo.»

Al esbozar el programa político que derivaba de las consideraciones y análisis sobre la realidad venezolana y las causas y factores que determinaban la recurrencia del despotismo, los redactores del documento señalan como conclusión: «Nosotros, con criterio más realista y positivo, nutrido de doctrina e historia, creemos que la elevación del nivel político y social de las masas no puede lograrse sino sobre bases de independencia económica. Por eso hemos articulado nuestra plataforma con postulados de acción social y anti-imperialista, trascendiendo resuelta y conscientemente las aspiraciones retrasadas de quienes creen que basta con moralizar la administración y reformar cuatro o cinco artículos de la constitución para que Venezuela comience a realizar su destino de pueblo.»

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Los redactores explican por qué consideran su plan un programa «mínimo», reseñando: «El suscrito hoy, por nosotros apenas contempla los más urgentes problemas nacionales y porque el postulado mismo de nuestros postulados de acción es apenas reformista.» Luego aclaran: «Consecuentes con un método que repudia la sobreestimación de fuerzas, hemos querido considerar solo las necesidades y aspiraciones populares que creemos más urgentes. La marcha misma del proceso social nos señalará el momento de poner a la orden del día la cuestión de ampliación y revisión de programas.»

En la parte de propuestas programáticas, el Plan de Barranquilla materializa esa intención de «programa mínimo» que proclaman sus redactores, al plantear como objetivos:

  1. Gobierno civil, régimen de libertades y garantías, y convocatoria a una Asamblea Constituyente.
  2. Confiscación de los bienes de Juan Vicente Gómez, sus familiares y altos funcionarios de su gobierno.
  3. Campaña alfabetizadora de los sectores obreros y campesinos.
  4. Revisión de todos los contratos y concesiones celebradas con el capitalismo nacional y extranjero.
  5. Nacionalización de las caídas de agua.
  6. Decretos de protección de las clases productoras.
  7. Autonomía universitaria académica, funcional y económica.

El Plan de Barranquilla, que en su oportunidad será motivo de debates, críticas, deslindes y toma de posiciones entre los jóvenes opositores a la dictadura de Juan Vicente Gómez, dentro y fuera de Venezuela, tendrá el mérito de ser el primer documento político que se propone una interpretación actualizada de la realidad venezolana, un diagnóstico y caracterización de su estructura económica, política y social, y unas propuestas de modificaciones y reformas que atienden a la necesidad de liquidar el fenómeno latifundismo-caudillismo, que bajo la protección y connivencia del capitalismo nacional y foráneo se constituyen en los verdaderos factores que obstaculizan los desarrollos democráticos, progresistas y libertarios.

*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm

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Intelectual, historiador y político venezolano

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