Opinión

¡ADIÓS NEGRO LADRÓN¡

En medio de la crisis del liberalismo venezolano, Joaquín Crespo emerge como un líder determinante, marcando un nuevo rumbo en la política del país.

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*Por: Rafael Simón Jiménez.- «Le tocó a Joaquín Crespo, a finales del siglo XIX, ser el heredero y, a la vez, el enterrador del denominado Liberalismo Amarillo. Dotado de un valor excepcional, el caudillo guariqueño se había iniciado muy joven en los vaivenes de las guerras civiles que consumieron a Venezuela. A los veinticinco años ya era general y gozaba de la plena confianza del gran jefe liberal Antonio Guzmán Blanco.

Su fidelidad incondicional a Guzmán, probada en los campos de batalla contra enemigos e incluso contra partidarios rebeldes que habían renegado del supremo Caudillo, le valió a Crespo ser investido como Presidente de la República en el periodo 1884-1886, luego de que el también denominado “Ilustre Americano”, volviera al poder tras la muerte de su amigo incondicional y compadre Francisco Linares Alcántara, en quien había depositado su confianza para su primera alternancia en el poder, y quien no más afirmado en el mando iniciara una reacción contra su antecesor, que incluyó la destrucción de sus estatuas y la proscripción de su nombre.

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El destino quiso que, mientras Linares consolidaba su repudio a Guzmán, muriera sorpresivamente en circunstancias aún no establecidas y que fueron atribuidas a distintos factores, incluido el envenenamiento. La desaparición del renegado Presidente abrió de par en par las puertas para el regreso al gobierno de Guzmán, quien cumplió un periodo quinquenal antes de proponerse la rotación del poder, con el ánimo de retirarse a descansar a su anhelado refugio parisino. Removido por lo sucedido en la primera experiencia, el escarmentado caudillo plantó esta vez sus ojos en el joven general Joaquín Crespo, quien al cabo del corto periodo de dos años le facilitó el retorno al poder, lo que, en medio de la apoteosis de sus aduladores, le hizo ganar el título de Héroe del Deber Cumplido.»

Sin embargo, Crespo, durante ese corto periodo de su gestión de gobierno, comenzó a crear una fuerza propia, con seguidores que apostaban por su figura como el heredero definitivo del Guzmancismo. Sin embargo, los planes de Guzmán eran otros, y cuando decidió dejar anticipadamente el mando para regresar a París, se entrevistó con Crespo. Frente a la insinuación de este de volver a practicar la alternancia, Guzmán replicó que eso sería hacer como Páez y Soublette, lo que constituía una burla al partido y al país. Esta negativa, que cerraba las puertas para el regreso de Joaquín Crespo al poder, marcó una ruptura definitiva entre ambos jefes militares y determinó el brillo con luz propia del marginado heredero, quien a partir de entonces labraría un camino para convertirse en el líder del liberalismo, que ya presentaba signos claros de descomposición y decadencia.

En 1888, Guzmán escogió al doctor Juan Pablo Rojas Paul para sucederlo, un experimentado burócrata que, al no pertenecer al bando de los caudillos, se consideraba con pocas posibilidades de reaccionar como años antes lo había hecho Linares. Sin embargo, el cálculo resultó errado, ya que al dejar Guzmán el poder y el país, se produjo una irrefrenable reacción en su contra, que el gobernante civil acompañó, auspició y toleró, condenando a su mentor político a un destierro sin retorno. Crespo creyó que era su momento y se lanzó a una invasión al territorio venezolano que terminó en una humillante derrota. Sin embargo, el Presidente Rojas Paul no tenía interés en pelearse con él y, por el contrario, lo trató con deferencia, le negoció el armamento capturado y finalmente negoció una amnistía a cambio de comprometerse a no volver a intentar derrocarlo.

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A Rojas Paul le sucedió en la presidencia el Dr. Raimundo Andueza Palacios, también civil, quien no parecía conformarse con el corto lapso bianual de gobierno y emprendió una maniobra destinada a reformar la constitución para alargar el periodo de mando. Crespo, que había regresado a Venezuela desde sus posiciones guariqueñas, intimó al mandatario continuista a renunciar a su propósito. Es la guerra. El General Crespo asumió las banderas de la «legalidad» y logró imponer sus fuerzas militares, abriéndose el periodo definitivo para su predominio.

Crespo inauguró en el poder un estilo tolerante, amplio y respetuoso, que creó las condiciones para la formación de partidos y para la circulación de periódicos satíricos y críticos. El gobernante, confiado en su valor personal y en su hegemonía militar, sintió que podía darse el lujo de auspiciar un debate público amplio y diverso, e incluso se divirtió con caricaturas o burlas dirigidas a su persona. En la Universidad Central, los jóvenes estudiantes mantuvieron una posición de denuncia y confrontación con su gobierno, que el recio caudillo ignoró deliberadamente. Un día, cuando pasaba en el carruaje presidencial por el viejo claustro de San Francisco, acompañado de su ministro de hacienda, un grupo de estudiantes le gritó al unísono: «¡ADIÓS NEGRO LADRÓN¡» Crespo, sin darse por aludido, conjeturó con el alto funcionario que lo acompañaba: «¿Oyó lo que dijeron los muchachos? Bueno, eso está muy claro, lo de negro tiene que ser conmigo, pero lo de ladrón es con usted».

*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano

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