*Por: Rafael Simón Jiménez. Marcos Pérez Jiménez ejerció desde el 18 de octubre de 1945 hasta el 23 de enero de 1958 una influencia determinante en el país. Dotado de condiciones para el liderazgo militar, logró destacar entre sus compañeros de armas desde su ingreso a la formación profesional, siendo siempre el primero en su promoción, condición que revalidó en sus cursos de artillería y estado mayor en la exigente Escuela de Chorrillos en Perú.
Al regresar a Venezuela, ascendido a mayor, el joven oficial se casó con la distinguida Flor Chalbaud, hija del general Esteban Chalbaud Cardona, alto jefe militar del gobierno del presidente Isaías Medina Angarita. Sin tomar en cuenta filiaciones ni parentescos, Pérez Jiménez, en quien sus compañeros militares depositaban confianza y compromiso, comenzó a tejer la madeja de una logia militar que se trazó como objetivo derrocar al gobierno y reivindicar los reclamos de mejoras y modernización que demandaban las nuevas promociones militares.
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Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez, dos mentalidades antagónicas, dos liderazgos contrapuestos, dos proyectos con propósitos divergentes, se entendieron para el golpe del 18 de octubre de 1945 que liquidó al gobierno de Medina. Sin embargo, desde la misma noche en que se juramentó la nueva junta de gobierno, y donde Betancourt en apariencia logró prevalecer al imponer mayoría de miembros de su partido, surgieron rivalidades, diferencias y visiones que se hicieron insalvables y que motivaron el golpe contra don Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, dirigido desde la jefatura del estado mayor conjunto por el ahora comandante Marcos Pérez Jiménez.
En el novenio siguiente de dictadura militar, Pérez Jiménez será figura protagónica, aun cuando otros, como en el caso del asesinado Carlos Delgado Chalbaud o Germán Suárez Flamerich, ocupen formalmente la presidencia. Sin embargo, la pretensión de ejercicio directo del poder por parte del todopoderoso jefe militar siempre encontrará dificultades, que solo podrán despejarse mediante la usurpación y la fuerza. En noviembre de 1952, el gobierno convoca elecciones para una Asamblea Constituyente que debería restituir la legalidad y dar legitimidad al gobierno, pero pese a la intimidación, el ventajismo y el atropello, los resultados de los comicios representan una contundente derrota de la dictadura y un triunfo esplendoroso del pueblo venezolano, guiado por Jóvito Villalba. Por lo tanto, Pérez Jiménez decide dar un golpe de estado y desconocer el resultado para prolongar el régimen de fuerza.
En 1957, luego de cinco años de gestión, el dictador se encuentra con un nuevo obstáculo en sus planes continuistas, representado por la previsión del artículo 104 de la Constitución Nacional de 1953, sancionada por la espuria Constituyente que se reunió luego del zarpazo militar de un quinquenio antes, y la cual preveía la elección presidencial por voto universal, directo y secreto. Temeroso de un nuevo descalabro, Pérez Jiménez, violando su propia legalidad, decide recurrir a un insólito mecanismo para revalidar su mandato: el plebiscito.
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Rafael Pinzón y Laureano Vallenilla dan forma en un estatuto electoral al engendro jurídico, que debería materializarse en un sí o un no al gobierno. Si el sí se imponía, se consideraba ratificado Pérez Jiménez en el poder por un nuevo quinquenio, y junto con él, un listado de senadores, diputados y legisladores propuestos por el gobierno. Pero era de tal naturaleza el fiasco electoral propuesto que nada preveía en caso de que se impusiera el no, por lo que el humor, instrumento infaltable de los venezolanos, aun en las situaciones más dramáticas, pronto descifró el enigma del sí y el no, que según la pretensión del dictador querían decir: Sí, que se quede; no, que no se vaya.
La farsa plebiscitaria se cumplió el 15 de diciembre de 1957, y cuando el Dr. Héctor Parra Márquez, presidente del Consejo Supremo Electoral, se proponía en cadena nacional abrir la primera urna para dar inicio al escrutinio de los votos, Laureano Vallenilla, desde el Ministerio del Interior, anunciaba los resultados definitivos que conferían al sí una amplísima victoria, haciendo más descarado y grotesco el espectáculo. Solo un mes y una semana más tarde, Pérez Jiménez huía despavorido de Venezuela. El pueblo y las Fuerzas Armadas habían decidido poner fin a un régimen despótico, depredador y sátrapa, que solo pudo imponerse circunstancialmente por la fuerza.
*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano