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Opinión

CURUCUTEANDO / Ana de Cleves reina consorte de Inglaterra rechazada por fea, por el rey Enrique VIII

El matrimonio entre Enrique VIII y Ana de Cleves terminó en un corto período debido a la aversión del rey hacia su esposa. La historia revela detalles sorprendentes sobre su relación y el destino de quienes intervinieron.

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Gente de Hoy

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Por: Edicta Gómez Merchán.– A menos que una persona esté particularmente sucia, sudorosa o tenga razones específicas para bañarse diariamente, los expertos de Harvard sugieren que ducharse varias veces por semana es suficiente e indican que las duchas cortas (de tres o cuatro minutos de duración), centradas en las axilas y las ingles, pueden ser adecuadas. Esto no era parte de la rutina de Ana de Cleves, quien no entendía por qué el rey Enrique VIII se había enfadado con ella en su primera noche juntos. El rey justificó su actitud al referirse a Ana de Cleves como una mujer con hábitos de higiene repugnantes y poco agraciada, lo que llevó a la anulación de su matrimonio, que solo duró seis meses.

¿Cómo fue el proceso mediante el cual Enrique VIII seleccionó a su cuarta esposa?

El afamado artista Hans Holbein fue enviado por Enrique VIII a las cortes reales de Europa para retratar a varias princesas que podrían casarse con el rey de Inglaterra, con el fin de que él pudiera hacerse una idea de cómo lucían. En Le Havre, Holbein retrató a Luisa de Guisa; en Joinville y Nancy, a las hijas del duque de Lorena; y en Cléves, a las hijas del duque de ese lugar, Ana y Amalia.

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Una de las princesas más bonitas fue la duquesa Cristina de Milán, sobrina del emperador Carlos V, a quien Enrique VIII le escribió para proponerle matrimonio. La astuta princesa no se mostró demasiado entusiasmada con la idea de ser reina de Inglaterra y le respondió, amable pero irónicamente, que tenía solo una cabeza y que era absolutamente necesaria para ella.

Desilusionado, Enrique VIII le pidió al rey Francisco I de Francia que enviara a Calais un grupo de las mujeres más bonitas de su dinastía para que él eligiera alguna. Sin embargo, el rey francés se negó indignado: “Las princesas francesas no son una manada de yeguas que se ponen a la venta”, le respondió. “¿O acaso, hermano mío, pretendes probarlas una tras otra como si fueras un semental?”

He corregido errores ortográficos y ajustado algunas estructuras oracionales para mejorar la claridad del texto. El tema sobre Ana de Cleves es correcto; se aborda adecuadamente el contexto histórico y la relación con Enrique VIII.

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¿Cómo llegó Ana de Cleves a la vida de Enrique VIII?

Tras el fracaso de varios proyectos matrimoniales, fue el lord canciller y primer ministro, Thomas Cromwell, quien convenció al rey de casarse con Ana de Cleves (1515–1557). Según Cromwell, Ana superaba en belleza a Cristina de Dinamarca “como el dorado sol supera a la plateada luna”. Además, Ana era hermana de Guillermo de Cléveris, primer ministro y duque de Cleves (región que hoy comprende parte de Holanda y Alemania). La propuesta de matrimonio también incluía el pretexto de una alianza política, ya que el ducado de Cleves era antipapista, lo que era favorable a la religión luterana.

El rey aceptó, pero con la condición de que Ana le pareciera lo suficientemente hermosa y agradable en persona. Por ello, Cromwell envió al pintor cortesano Hans Holbein al ducado de Cleves para que realizara un retrato de Ana. Allí, el pintor fue recibido con cierta reserva. La joven había sido criada en un ambiente austero, casi espartano. Solo hablaba alemán y su única habilidad era bordar; no sabía cantar ni tocar ningún instrumento musical, talentos muy valorados en la corte Tudor, ya que en Alemania esos pasatiempos no se consideraban propios de una dama. Holbein no logró convencer al duque de Cleves de que su modelo se quitara el voluminoso velo que cubría su rostro ni de que cambiara el pesado manto por un vestido que mostrara discretamente sus curvas. A pesar de estas dificultades, Holbein pintó un retrato de Ana con una frente alta, párpados caídos y una barbilla puntiaguda.

Cromwell envió de inmediato el retrato a Enrique VIII, quien quedó satisfecho y propuso el matrimonio. Sin embargo, Holbein disimuló las marcas de viruela en el rostro de Ana y la idealizó tanto que el rey se entusiasmó y aceptó casarse con ella. Holbein también realizó una copia en dibujo del cuadro original, en la cual se pueden apreciar diferencias en el rostro de Ana que le daban un aspecto muy distinto al que Enrique VIII tenía en mente antes de conocerla en persona. Además, Enrique consideró adecuada a Ana, quien fue descrita por el embajador francés Charles de Marillac como “alta y delgada, de mediana belleza, y de apariencia bien segura y resuelta”.

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Justificación de Enrique VIII para no haber consumado el matrimonio con Ana de Cleves

Al llegar a Inglaterra, Enrique VIII, disfrazado de mendigo, besó a Ana de Cleves. Al parecer, Ana lo apartó con desdén, sin reconocerlo. Este era un juego que Enrique solía jugar con sus primeras esposas cuando era joven y apuesto, pero al casarse con Ana, era mayor y había ganado peso. Enrique se quejaba de que Ana era poco atractiva y olía mal.

Impresionado por los halagadores comentarios que escuchaba en la corte sobre su futura esposa, Enrique VIII viajó a Rochester, pero quedó completamente desilusionado al encontrarse con Ana en persona. No hubo atracción mutua; Enrique se molestó y algunos creen que se sintió engañado. Aparte de las diferencias de carácter, Enrique aseguraba que Ana no era tan hermosa como la pintura la había retratado, comparándola incluso con un caballo flamenco. Además, Ana era inculta, no hablaba inglés y se consideraba fea.

Enrique sentía que había sido engañado, ya que todos habían alabado los atractivos de Ana. “No es en absoluto tan bella como me habían contado”, se quejó. “¡Me has engañado! ¡Me has engañado!”, le gritó a Cromwell. “¡Tú y ese maldito pintor me mintieron! No es rubia, no es bonita, ¡no me gusta! ¡No quiero casarme con ella!”

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A pesar de sus quejas, la boda se celebró el 6 de enero de 1540. La primera noche no fue nada agradable. Al día siguiente, Enrique VIII, acostumbrado a las mujeres más bellas de su dominio, confesó a su canciller las razones por las cuales no había logrado consumar el matrimonio: “Antes no me gustaba mucho, pero ahora me gusta mucho menos. Esta vaca flamenca está picada de viruelas, es medio hombruna, de carnes marchitas y senos caídos”.
Después, el rey le contó a sus médicos que el cuerpo de la reina era “tan deforme y poco agraciado que no me provocó la menor excitación”. Bastante hastiado y necesitado de herederos, Enrique VIII se deshizo amablemente de su consorte, que había sido considerada fea, seis meses después, intentando que ella no se sintiera demasiado ofendida.

El rey alegó que Ana no había llegado virgen al matrimonio, argumentando como prueba que sus pechos eran demasiado grandes. Noche tras noche, Enrique y Ana compartían la cama, pero no sucedía nada. El rey no dejaba de confesarle a Cromwell que su esposa era “todavía una doncella, tanto como cuando su madre la trajo al mundo”. La reina jamás había sido instruida sobre cómo debía perder la virginidad y no permitió que el rey la tocara. Cuando él lo intentaba, ella estallaba en grotescas carcajadas debido a las cosquillas. Ana nunca fue coronada y aceptó el divorcio con sumisión.

Sin embargo, no se cree que Ana de Cleves fuera tan fea como se ha retratado. Siempre se habló de su belleza, y algunos historiadores sugieren que, debido a la rígida moral luterana en su hogar, Ana se esforzaba en parecer una mujer lo menos promiscua y sensual posible para no incitar a los hombres a pecar. Sus ropas eran de telas poco atractivas y solía ir demasiado tapada, intentando diferenciarse de las damas francesas, que eran vistas por toda Europa como un símbolo de pecado y libertinaje.
Enrique VIII sentía aversión hacia su cuarta esposa, Ana de Cleves, por varias razones. Al llegar a Inglaterra, Enrique se presentó disfrazado de mendigo y, al ser rechazado por Ana sin reconocerlo, el rey se sintió ofendido. Este incidente, sumado al hecho de que Enrique ya no era el joven apuesto que Ana había visto en los retratos, contribuyó a su desdén. El rey también se quejaba de que Ana era poco atractiva y tenía un olor desagradable.

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Ana de Cleves falleció el 16 de julio de 1557, a los 41 años, en la antigua mansión de Chelsea. Fue la última de las seis esposas de Enrique VIII en morir y la única que recibió un entierro digno de su posición en la abadía de Westminster. A lo largo de su vida en Inglaterra, Ana recibió el título de ‘La hermana del Rey’, una generosa pensión vitalicia, joyas, dos palacios lujosamente amueblados y tierras que producían cuatro mil libras de renta anual. Vivió cómodamente muchos años en Inglaterra, nunca regresó a su tierra natal y mantuvo una buena relación con las hijas de su exmarido. Además, aceptó permanecer en Inglaterra como súbdita, recibiendo el trato oficial de “Muy Querida hermana del Rey”.

A pesar de su carácter amable y dócil y de haber sido descrita como poseedora de una “absoluta belleza”, la historia no guarda gratos recuerdos de ella. Ana dejó un mensaje en una página del libro de oraciones de Enrique, que demuestra que ambos quedaron en buenos términos después del suceso. En la jerarquía cortesana, Ana pasó a ocupar un lugar de preferencia después del rey, la reina y los tres hijos reales. Sin duda, fue la más afortunada de las seis esposas de Enrique VIII.
El matrimonio entre Enrique VIII y Ana de Cleves terminó de manera amistosa, y el único que sufrió las consecuencias fue Thomas Cromwell. El consejero del rey pagó con su vida el grave error de haber convencido al monarca de casarse con «la yegua de Flandes». Acusado de traición y sin derecho a defensa debido a su origen plebeyo, Cromwell fue condenado a una muerte lenta y degradante. Sin embargo, en reconocimiento a sus muchos años de servicio, se le concedió el privilegio de una ejecución rápida. En 1542, tras la decapitación de la siguiente esposa del rey, los Cléves presionaron a Enrique VIII para que se casara de nuevo con Ana. El monarca respondió de manera tajante, pero amable, con un “NO”.

¿Cuánto pesaba el rey Enrique VIII?

A medida que pasaron los años, Enrique VIII aumentó tanto de peso que prácticamente parecía un globo: pesaba alrededor de 145 kilos y su cintura medía aproximadamente 140 cm.

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FUENTES:

Darío Silva D’Andrea.
Vanidades: Ana de Cleves olía mal
Ana de Cleves – Wikipedia, la enciclopedia libre

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