La extraña boina roja de Armando Zuloaga Blanco

*Por: Rafael Simón Jiménez.- Me tocó cursar la educación primaria en una escuela nacional que llevaba el nombre de Armando Zuloaga Blanco, la cual funcionaba – y aún funciona convertida ahora en plantel bolivariano – en la Avenida Panteón de la Parroquia San José. Nunca durante esa primera etapa educativa pude conocer con certeza quién era el personaje y qué méritos lo adornaban para hacerse merecedor de tal distinción. Ninguno de los esmerados maestros que allí enseñaban – incluida mi progenitora – nos explicó quién había sido ese hombre al que la escuela debía su nombre, quizás porque ellos mismos no estaban suficientemente informados sobre sus desempeños.

Una placa colocada en la entrada de la vieja casona colonial que entonces le servía de sede contenía una mención que con los años me aclararía muchas cosas sobre Armando Zuloaga Blanco. En ella se citaba el decreto de creación del plantel y señalaba que correspondía a la gestión desempeñada por la junta militar de gobierno presidida por el Teniente Coronel Carlos Delgado Chalbaud. Pude satisfacer mi curiosidad años más tarde, cuando, siguiendo las huellas de aquel personaje que distinguía la escuela de mis primeros estudios, precisé que Armando Zuloaga Blanco y Carlos Delgado Chalbaud habían estado hermanados por una aventura libertaria que, capitaneada por el padre del último, condujo a la muerte heroica del primero.

Armando Zuloaga Blanco había nacido el 4 de junio de 1905 en la entonces muy distinguida y señorial urbanización El Paraíso, en el seno de una familia cuyo linaje se remontaba al periodo colonial. Entre sus ascendientes más distinguidos figuraba su abuelo materno, el famoso escritor Eduardo Blanco, cuyo relato Épico en Venezuela Heroica era símbolo literario de un país indómito y libertario, cuyas hazañas guerreras permitieron la libertad de medio continente.

Zuloaga Blanco, estudiante de derecho en la Universidad Central de Venezuela, se contagió del espíritu de rebeldía de aquella juventud que, cansada del silencio y el miedo tras veinte años de brutal dictadura gomecista, decidió irrumpir en la semana del estudiante, en febrero de 1928, levantando consignas de democracia y libertad. La represión del régimen no se hizo esperar: los líderes estudiantiles fueron apresados y, tras ellos, una multitud de seguidores acudió para compartir su suerte en las mazmorras del castillo de Puerto Cabello. La dictadura retrocedió frente a las presiones de la opinión pública y los liberó, pero ya la llama de la libertad estaba encendida. Ahora, los estudiantes se combinaron con jóvenes militares descontentos para dar un golpe que liquidara la tiranía. El alzamiento del 7 de abril de 1928 fracasó, y ahora sí la represión no tuvo contemplaciones.

El sufrimiento final de Zuloaga, quien logró salvarse de la arremetida de los esbirros gomecistas y salió al exilio junto a Rómulo Betancourt y Miguel Otero Silva, solo para renunciar a la comodidad de la vida parisina y volver a Venezuela en la invasión liderada por Román Delgado Chalbaud, donde murió en la calle larga de Cumaná, tiene un curioso y anecdótico antecedente que para muchos anticipó el signo de su trágico destino. Para la celebración de la semana del estudiante, los jóvenes agrupados en la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) decidieron escoger un símbolo que los distinguiera, que finalmente fue la «boina vasca azul».

Las boinas habían sido importadas por las hermanas Meaño, y un día, durante una visita a su casa, Miguel Otero Silva descubrió su existencia. Habiendo un considerable número de ellas, decidió convertirlas en emblema de la celebración estudiantil. Obsequiadas por sus propietarias, fueron repartidas entre los estudiantes que se preparaban para los festejos. Armando Zuloaga Blanco se enteró tardíamente del símbolo adoptado y se trasladó a la casa de las Meaño para pedir una boina azul. Sin embargo, al haber sido todas repartidas entre el estudiantado, solo quedaba una boina roja, propiedad de Lola Meaño, quien se la obsequió. Esta boina contrastaba con las azules de uso común entre sus compañeros, y Blanco decidió usarla por unos días, tiñéndola luego de azul para que fuera semejante a la de sus compañeros en la protesta estudiantil de febrero de 1928.

Muerto Armando Zuloaga Blanco en agosto de 1929, sus compañeros recordaban la boina roja, que tuvo que usar por casualidades del destino, como un presagio de su temprano sufrimiento. Carlos Delgado Chalbaud, quien logró salvarse del fracaso expedicionario del “Falke” al levar anclas tras conocer la muerte de su padre y de Zuloaga, le rendiría homenaje al nombrar con su nombre la escuela de mis estudios primarios. Sin saber que solo meses después le tocaría el desgraciado trance de morir como su compañero de aventuras juveniles, acribillado por una pandilla de facinerosos en el primer y único magnicidio que reporta la historia venezolana.

*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano

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