Por: Prof. Jesús Mateus.- Gracias a la relación entre ingenieros y arquitectos (en la antigüedad a menudo eran lo mismo) hemos disfrutado durante milenios de las estructuras y edificaciones más asombrosas que el hombre haya visto en algún momento, tanto es así que el logro no suele atribuirse a nuestra propia especie, sino a la intervención de especies desarrolladas fuera de este planeta, tema del que no hablaré porque, si bien es fascinante, carezco de bases y datos completamente. Si esperabas un artículo así, puedes dejar de leerlo.
Pero, ¿por qué se duda incluso de ello? Simple: nuestra concepción actual de la ingeniería, si bien podría ser tremendamente avanzada, no explicaría los procedimientos antiguos con los que se lograban edificios que parecen imposibles. De una cosa podemos estar seguros: milenios atrás, los clientes eran extremadamente exigentes, la recompensa tal vez era el derecho único a respirar y había demasiada mano de obra con tecnología menos avanzada que la del «cliente», que a su vez muchas veces tenía décadas de paciencia. Estoy seguro de que me entendiste. Me gusta pensar que antes no existía aquello de «sugiero modificar esto aquí y aquí porque ‘no es posible’…». Sí, dile eso ahora a el arquitecto Santiago Calatrava, a la casi imposible y magnífica Zaha Hadid o al igualmente disruptivo Frank Gehry, parodiado por Los Simpsons.
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Mucho de lo que un arquitecto hace es crear sensaciones que solo se pueden experimentar estando presentes, porque el objetivo es emocionarte por el cambio radical de paradigma que sientes al salir de tu casa o apartamento, claro, si es que tu casa no fue diseñada por alguno de los arquitectos mencionados. El punto aquí es el cambio de percepción y la sofisticación simplemente por poder ver las entrañas del arte. Quiero explicarme mejor. A menos que seas Ant-Man, nunca podrías entrar en el grosor del lienzo de la Mona Lisa para ver su obra desde adentro. La arquitectura no solo te muestra lo hermoso y novedoso que puede ser una obra a kilómetros de distancia, sino que te invita a refugiarte en ella, mostrándote una emoción que no conocías, que necesitabas y que te marca de por vida. ¿Y si te digo que los «destructivistas» no tenían ningún tipo de limitaciones en cuanto a diseño se refiere?
Esto, mis queridos lectores, es la interfaz del Metaverso. Si has leído mis artículos (que recomiendo mucho, porque te preparan para lo que ni siquiera tienes idea de lo que sucede justo mientras lees esto), sabrás que la Disonancia Cognitiva que proporciona la tecnología VR es la base semántica de todo esto, y digo semántica porque casi siempre nuestros clientes buscan desde la lingüística cómo describir lo que ven. Algunos no articulan palabras, pero sabemos que llorar, soltar una carcajada, saltar y la sensación de vértigo forman parte del lenguaje y terminan siendo la única forma de expresión ante la experiencia de los mundos que hemos diseñado.
Desde tu oficina, habitación o simplemente desde donde estés, puedes crear nuevas conexiones neuronales ante la experiencia envolvente que tu cerebro está procesando como real. Recordemos que la arquitectura por sí sola es un elemento narrativo, y digitalmente la programamos para que tenga una función que puede ser cuantificada. Esta es la razón inicial por la que he creado un nuevo paradigma en el equipo de trabajo de la empresa: la Arquitectura como el nuevo UI y UX. Y dirás que esto no es lo suficientemente viable, o que falta mucho para ello. Como mencioné, es algo que está aquí y está creciendo, pero por encima de esto, es la oportunidad que tiene un arquitecto de despojarse de las limitaciones que solo las 4 fuerzas fundamentales del Universo imponen como verdad en la realidad material. Esta concepción ya no es exclusiva del cine; ahora también es de la Realidad Virtual. La semana próxima no te esperarás el tema sobre el que conversaremos.