Opinión

El mito de Santander

En 1940, Laureano Gómez, bajo el seudónimo Cornelio Nepote, cuestiona la figura de Francisco de Paula Santander en el diario El Siglo, provocando una intensa polémica histórica.

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Por: Rafael Simón Jiménez.- Las desavenencias, las rivalidades y la ruptura definitiva entre el libertador Simón Bolívar y el prócer neogranadino Francisco de Paula Santander tendrán repercusiones históricas en la vida y la política colombiana. Los partidos históricos, liberales y conservadores, nacerán arropados y reivindicando el pensamiento y la obra de cada uno de ellos, prolongando en el tiempo el antagonismo que en buena medida hizo fracasar el experimento gran colombiano.

Los liberales considerarán a Santander el inspirador y la figura señera de su presencia política, mientras los conservadores reivindicarán el ideario y la obra de Simón Bolívar, constituyéndose en albaceas y continuadores de su pensamiento. En 1940, a propósito del primer centenario de la muerte del general Santander, el jefe conservador, hombre de gran ilustración y terrible polemista, Laureano Gómez, abrió fuego contra el llamado “hombre de las leyes” en una sucesión de artículos insertados en el diario El Siglo, bajo el seudónimo de Cornelio Nepote, donde no ahorró dicterios, acusaciones y descalificaciones contra la figura prócer del partido liberal. Estas opiniones fueron luego agrupadas en un texto titulado El mito de Santander.

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La prosa hiriente de Laureano Gómez hizo una revisión de las actuaciones y la vida pública del general Francisco de Paula Santander, para a su juicio desenmascararlo como farsante, cobarde, hipócrita, ambicioso, asesino, mezquino y traidor. Comenzó el caudillo conservador por enrostrarle a Santander dos muertes alevosas que lo mostraban como un hombre vengativo y sediento de sangre: el fusilamiento del general español José María Barreiro y un grupo de sus oficiales capturados luego de la victoria republicana en Boyacá, por los cuales el libertador Simón Bolívar había propuesto al virrey Sámano un intercambio de prisioneros. Santander aprovechó la ausencia de Bolívar para ordenar el fusilamiento, con atropello de todos sus derechos, de los jefes realistas detenidos.

El segundo crimen, más cobarde aún, atribuido por Laureano Gómez a Santander fue el del coronel venezolano Leonardo Infante, quien exhibía una larga hoja de servicios a la causa patriota y a quien el general granadino tenía ojeriza, entre otras cosas, por haberlo acusado de cobarde y de guarecerse tras una tapia en la batalla de Boyacá. Infante, acusado de la muerte del teniente Francisco Perdomo, fue absuelto por un tribunal superior que conoció su causa, y el propio Santander forzó un nuevo fallo condenatorio, haciendo fusilar al oficial venezolano.

En materia de ideario, Laureano Gómez, invocando y reproduciendo cartas y documentos de Santander, demuestra que este nunca fue federalista como los liberales quisieron hacer ver, sino centralista y respaldante incondicional de las ideas de Bolívar, hasta que se dejó ganar por la envidia y el deseo de desplazar al libertador. Entonces, solo por oportunismo, se declaró partidario de la federación. Gómez considera a Santander no solo muy inferior en valor, inteligencia, capacidad e ingenio a Bolívar, sino que, al compararlo con el prócer granadino Antonio Nariño, tampoco sale bien plantado, pues este, según el articulista, era «más elocuente, más instruido, de mayores conocimientos prácticos, más liberal y generoso, más patriota y más amado entre los santafereños».

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Laureano Gómez, desdoblado en Cornelio Nepote, realiza junto a la acerba crítica de Santander, una revisión de la figura de Bolívar enumerando sus virtudes frente a los defectos y miserias del granadino, señalando: «Mientras el libertador adelantaba la obra sublime de la independencia, a la luz del sol, cara a los pueblos, con aquel heroico andar suyo sobre el lomo del caballo de guerra, para arrancar entonces a la fortuna los laureles de Carabobo, el general Santander acudía entonces a la casa de Lastra, en la calle arriba del colegio del Rosario, a ocultas en la sombra nocturna, a dar el prestigio de la autoridad a la empresa de odio, división, rencor y envenenamiento de los espíritus, adelantada en la logia con diabólica vehemencia.»

Para desmontar la falsedad de la calificación dada a Santander como “El hombre de las leyes”, Gómez, en su sucesión de artículos, argumenta que «no se dice nada de numerosos actos públicos suyos en que para nada tuvo en cuenta las leyes y la justicia; ni se mencionan episodios de inaudita crueldad innecesaria. Si se veían con patriótico manto abusos y atropellos, no solo contra las leyes positivas, sino contra las morales que son eternas, no sujetas a mutación de los tiempos y las circunstancias, y que van gravadas en la conciencia humana, entonces se fabrica un mito a lo Guillermo Tell, pero no se hace a la juventud una recomendación honrada y exacta.»

La defensa de Santander por parte de los liberales corrió a cargo del historiador Tomás Rueda Vargas, quien se enfrascó en dura polémica con Gómez. Pero a decir de Arturo Abella, prologuista de la obra, «el doctor Gómez dictó cátedra a sus compañeros de generación en materia histórica, enseñó además a las generaciones siguientes que no hay intocables en la historia.»

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*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano

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