Opinión

CURUCUTEANDO / Victoria, viuda imperial del Reino Unido (1819 – 1901)

Explore los detalles íntimos de la formación de la reinante más longeva de Gran Bretaña y su ascenso desde la infancia marcada por la soledad hacia el trono a los 18 años.

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Por: Edicta Gómez Merchán.- Esta monarca reinó durante 63 años y fue una de las más queridas de todos los reyes británicos. Su longevidad y devoción a su papel como la cabeza visible de un imperio, así como su recuperación tras la muerte de su esposo, el príncipe Alberto, le granjearon un estatus único como símbolo omnipresente de Gran Bretaña en el siglo XIX, una era de tremendos cambios políticos, industriales y sociales.

Alexandrina Victoria nació en el Palacio de Kensington el 24 de mayo de 1819. No recordaba a su padre, quien falleció cuando la niña tenía poco más de un año, por lo que su madre adquirió mayor importancia en su crianza. La baronesa Louise Lehzen, institutriz alemana, fue clave en la infancia de Victoria. La educación de Victoria se limitó a la que recibiría una dama de su época y no fue la que recibiría una futura monarca, pero Victoria era inteligente y tenía ganas de aprender. Al nacer, era la quinta en la línea de sucesión al trono de su tío, Guillermo IV, pero la muerte de su padre y los hermanos de este la convirtieron en reina a los 18 años.

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Una infancia austera

De niña, recibió una educación estricta bajo la influencia de su padre, el duque de Kent. La sobreprotección fue extrema. Tenía doce años cuando el obispo de Inglaterra consideró que era el momento adecuado para informarla sobre el papel que el destino le tenía reservado. Llegó al extremo de no permitirle bajar una escalera sin la ayuda de algún sirviente. Tuvo que compartir dormitorio con su madre para no estar a solas en ningún momento. La infancia de Victoria fue solitaria y marcada por la monotonía, siempre rodeada de adultos teniendo en cuenta su futura posición, y transcurrió principalmente en los apartamentos del Palacio de Kensington. Nunca se le permitió relacionarse con sus primos. Su única compañía real eran sus 132 muñecas, con las que pasaba horas jugando en sus momentos de ocio, así como con su perro toy spaniel inglés llamado Dash. Su biógrafo afirmó que no era una persona fácil, ya que poseía cualidades sorprendentes junto con emociones tan intensas que a veces resultaban violentas.

Victoria describiría más tarde su infancia como «bastante melancólica». Su madre era muy protectora, por lo que recibió una educación aislada, lejos de otros niños de su edad. Se le prohibía relacionarse con personas que su madre y Conroy consideraban indeseables, incluida gran parte de la familia de su padre, cuyo objetivo era volverla débil y dependiente de ellos. La duquesa evitaba la corte, ya que le molestaba que hubiera hijos ilegítimos del rey y para demostrar la moralidad de Victoria, insistiendo en que su hija evitara cualquier forma de indecencia sexual. Victoria estudiaba con tutores privados conforme a un horario establecido.

Aunque hablaba y escribía inglés, francés, italiano y latín con bastante fluidez, su lengua materna era el alemán, por lo que tuvo que eliminar el acento germano en su inglés con la ayuda de preparadores. Físicamente era fuerte y obstinada, pero se podía persuadir y cuando cedía, lo hacía de buena gana. La honestidad, generosidad y lealtad eran cualidades destacadas en ella; nunca fue maliciosa y era raro no sentir devoción al estar en su presencia. Tenía una mente independiente, tenaz y romántica. Había sido sometida a una estricta dieta en su infancia, pero de adulta decidió no privarse de nada, especialmente de dulces. En la década de 1840, un médico comentó que la reina estaba «como un tonel». Fue en ese momento cuando decidió liberarse del corsé, ya que en esa época, las damas consideraban poco apropiado tener apetito y exceso de peso, pero Victoria hacía lo que le placía.

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Vida estricta

Otra posible consecuencia del aislamiento de Victoria durante su niñez y juventud fue la costumbre de llevar un diario. No podía expresar sus opiniones y puntos de vista, así que los anotaba en sus cuadernos, mostrando su carácter fuerte. Continuó escribiendo hasta su muerte, lo que permite a los investigadores tener una idea más precisa de su vida y de su tiempo. El primer diario comienza en 1832 y describe las impresiones de una Victoria de 13 años en un viaje por Gales. Durante su vida, se publicaron algunos extractos de estos diarios bajo el título “Hojas del diario de nuestras vidas en las Highlands”. En esos pasajes, la soberana relata la tranquilidad y despreocupación que sentía en su retiro escocés de Balmoral, propiedad adquirida por su esposo, Alberto. Durante sus estancias ahí, paseaban, cazaban y vivían en familia, liberados del protocolo. Tras la muerte de Alberto, Victoria eligió ese lugar para pasar su duelo, haciéndose más vívidos y entrañables sus recuerdos allí.

Entre 1830 y 1835, la duquesa de Kent y Conroy llevaron a Victoria al centro de Inglaterra, visitando varios pueblos y casas de campo. A Victoria no le gustaban esos viajes, ya que las constantes apariciones públicas la dejaban muy cansada y tenía poco tiempo para relajarse. A pesar de sus quejas y oposición, su madre ignoró sus celos y la obligó a continuar. Durante uno de esos viajes, Victoria cogió una fuerte fiebre, pero Conroy ignoró su malestar, afirmando que sus quejas eran fantasías infantiles. Mientras Victoria estaba enferma, Conroy y la duquesa intentaron que nombrara a Conroy su secretario privado, pero la princesa se negó. Una vez ascendió al trono, finalmente logró apartarlo de su presencia, aunque Conroy se mantuvo en la casa de su madre.

Victoria sabía de los planes y daba su opinión sobre los príncipes candidatos que le presentaban. Según su diario, siempre le gustó la compañía de Alberto. Al final de la visita, escribió: “Alberto es extremadamente guapo, su pelo es del mismo color que el mío, sus ojos son grandes y azules, tiene una nariz bonita y una boca muy dulce con unos buenos dientes. Pero el encanto de su cara reside en su expresión, que es muy agradable”. Victoria le escribió a su tío Leopoldo, a quien siempre consideró su “mejor amigo”, para agradecerle la “expectativa de gran felicidad por haber contribuido en la presentación del querido Alberto (…) él tiene todas las cualidades deseables para hacerme totalmente feliz. Es tan sensible, tan amable y tan amoroso. Además, tiene el exterior más agradable y encantador que he conocido”.

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Sin embargo, a los 17 años y a pesar de estar muy interesada en Alberto, Victoria no estaba lista para casarse. Aunque ambas partes no avanzaron hacia un compromiso formal, asumieron que su unión ocurriría con el tiempo.

Victoria como reina

En su diario, Victoria escribió: “Mamá me levantó a las seis de la mañana y me dijo que el arzobispo de Canterbury y Conyngham estaban aquí y querían verme. Salí de la cama y fui a mi sala de espera (vestida solo con mi camisón), sola, y los vi”. Conyngham me informó que mi pobre tío, el rey, ya no existía y que, por consiguiente, “soy reina”. Los documentos oficiales de su primer día de reinado la referían como Alejandrina Victoria, pero su primer nombre fue retirado a petición de la reina y nunca volvió a ser usado. Victoria acababa de cumplir 18 años cuando se convirtió en reina.

La amplia experiencia de la reina en asuntos de estado la convirtió en una valiosa fuente de sabiduría; de hecho, se propuso expresamente proporcionar al país un modelo de decoro y deber familiar. En público, se convirtió en un icono nacional y en la figura que encarnaba el modelo de valores férreos y de moral personal típico de la época.

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Matrimonio

A pesar de ser reina, Victoria seguía viviendo con su madre, con la que no se llevaba bien y a veces se negaba a verla. A pesar de que vivía en aposentos alejados en el Palacio de Buckingham, se quejaba de que la proximidad de su madre había sido un “tormento durante muchos años”. Para evitar esta situación, le recomendaron casarse, algo que Victoria llamó “la alternativa chocante”.

Aunque le horrorizaba la idea del matrimonio, ya que temía que un marido pudiera intentar restringir sus poderes, cambió de opinión al ver a su atractivo primo Alberto en una visita a Inglaterra en 1839. Alberto y Victoria se gustaban mutuamente, y la reina le propuso matrimonio. Se casaron el 10 de febrero de 1840 en la Capilla Real del Palacio de St. James, en Londres. Victoria estaba completamente enamorada, a pesar de pasar la primera noche de casada con dolor de cabeza. En su diario, escribió: “Nunca, nunca he pasado una noche así, querido Alberto… con su gran amor y afecto, me ha hecho sentir que estoy en un paraíso de amor y felicidad, algo que nunca esperaba sentir.

Me cogió en sus brazos y nos besamos una y otra vez. Su belleza, dulzura y amabilidad; nunca podré agradecer lo suficiente tener un marido así, que me llama con nombres tiernos como nunca antes me han llamado, ha sido una increíble bendición. Este ha sido el día más feliz de mi vida.”

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Alberto se convirtió en un importante consejero político y en el compañero de la reina. Con la ayuda de Alberto, la madre de Victoria tuvo que abandonar el palacio, y la relación entre madre e hija comenzó a mejorar poco a poco.

Boda y festejo

El 10 de febrero de 1840, Victoria se casó con su primo, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha (1819-1861), tras un compromiso de un año. La ceremonia se llevó a cabo en el Palacio de St. James, y la novia se sentía muy atraída por el príncipe, a quien describió como «hermoso». Victoria y Alberto tenían la misma edad. Según el protocolo de la época, Victoria le pidió matrimonio a Alberto, y él accedió. Con el tiempo, Alberto recibió el título de príncipe consorte, describiéndose a sí mismo como «el secretario privado de la soberana y su ministro permanente», ya que Victoria seguía siendo la soberana absoluta. Alberto leía los papeles de Estado de Victoria y la aconsejaba cuando era necesario.

La boda de Victoria y Alberto fue un gran acontecimiento que cambió para siempre las bodas reales en Gran Bretaña. Antes de su boda, las ceremonias se celebraban en privado, y la tradición dictaba que la novia debía lucir ropajes de Estado de color carmesí. Sin embargo, Victoria estableció una nueva tradición al organizar una lujosa boda pública con desfile, y vistió un vestido de novia color blanco. La grandiosidad del espectáculo la hizo tremendamente popular.

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El pastel de bodas también fue excepcional: pesaba 136 kilos, medía 2,75 metros de circunferencia y 40 centímetros de altura, por lo que se necesitaron cuatro personas para transportarlo. Este detalle extravagante se sumó al esplendor de la celebración.

Familia

Conocida como la “abuela de Europa”, Victoria tuvo nueve hijos, cinco chicas y cuatro chicos, y 42 nietos que pasaron a formar parte de las familias reales de todo el continente. Su primera hija, también se llamó Victoria. La reina odiaba estar embarazada, pensaba que dar el pecho era asqueroso y creía que los recién nacidos eran feos. Victoria, a pesar de su experiencia, siempre temió los riesgos del parto y las ausencias forzadas de su papel como monarca. El embarazo, dijo, era «la sombra del matrimonio».

En 1853, Victoria dio a luz a su octavo hijo, Leopoldo, con la ayuda de un nuevo anestésico, el cloroformo. La reina quedó tan impresionada con el alivio proporcionado por este compuesto que, cuatro años después, lo volvió a utilizar durante el parto de su última hija, Beatriz, a pesar de la oposición por parte de muchos clérigos, quienes consideraban que iba en contra de las enseñanzas bíblicas, así como por algunos miembros de la comunidad médica, que lo consideraban un medicamento muy peligroso. Victoria pudo haber sufrido depresión postparto tras muchos de sus embarazos. Existen cartas escritas por Alberto a Victoria donde se quejaba de su falta de autocontrol: por ejemplo, cerca de un mes después del nacimiento de Leopoldo, Alberto se quejó por carta de la «continua histeria» que padecía su esposa debido a «cualquier asunto sin importancia».

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El 17 de marzo de 1883, la reina se cayó por unas escaleras en Windsor, lo que provocó que estuviera en una silla de ruedas hasta julio. Victoria nunca se recuperó completamente de la caída y sufrió reumatismo hasta su fallecimiento. La hija menor de la reina, Beatriz, conoció y se enamoró del príncipe Enrique de Battenberg, quienes querían casarse, pero, en un primer momento, Victoria se opuso a la unión, ya que deseaba que Beatriz permaneciera a su lado y le hiciera compañía. Un año después, cambió de opinión cuando la pareja le prometió que seguirían viviendo cerca para acompañarla.

Once días después del intento de asesinato en Francia, la hija mayor de Victoria se casó con el príncipe Federico de Prusia en Londres. Estaban prometidos desde 1855, cuando la princesa real solo contaba con 14 años, pero el enlace fue aplazado por los padres de la novia hasta que esta cumpliera la mayoría de edad. Victoria sintió «un dolor en el corazón» al ver a su hija dejar Inglaterra para trasladarse a Alemania. «Hazme arrepentir», le escribió en una de sus frecuentes cartas, «cuando veo a tus hermanas, tan dulces, tan felices y pienso que las voy a tener que dejar marchar una a una. Victoria tuvo la desgracia de sobrevivir a tres de sus hijos. La princesa Alicia murió de difteria, una cruel coincidencia con la fecha de la muerte de Alberto. El hijo menor, Leopoldo, que sufría de hemofilia y posiblemente también de epilepsia, murió tras una mala caída. El príncipe Alfredo murió de cáncer de garganta a los 55 años.

Atentados sufridos por la reina Victoria

Victoria sufrió al menos seis intentos de asesinato, uno de ellos mientras estaba embarazada de cuatro meses de su primer hijo. También fue acosada por varios hombres. Uno de ellos se coló en el palacio y robó su ropa interior. Asimismo, hubo una sucesión de intentos por parte de jóvenes, pero siempre fallaron, o bien porque las armas no estaban cargadas o no funcionaban. Ninguno logró sus intenciones, por lo que no sufrió daño alguno. La reina sufrió algunos ataques y atentados más, e incluso un individuo llegó a golpear a Victoria con un palo, dejándole la cara marcada y amoratada. Roderick Maclean, un reconocido poeta que se sentía ofendido porque la reina se había negado a leer uno de sus poemas, disparó contra Victoria mientras su carruaje abandonaba la estación de tren de Windsor. Dos estudiantes del colegio Eton golpearon al poeta con sus paraguas hasta que fue detenido por la policía.

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Actitud ante el fallecimiento de su esposo

Su aya había preparado sales pensando que Victoria se desmayaría al conocer la noticia de la muerte del rey, pero no hicieron falta. Eso sí, para la reunión con su consejo horas después, tuvo que sentarse sobre una tarima para que se la viera (ya que medía 1,50 m). La pérdida de quien fuera su compañero, amigo y consejero devastó a la reina. Además, en los años siguientes, evitó las apariciones públicas y rara vez puso los pies en Londres, lo que le valió el apodo de “la Viuda de Windsor”. Victoria consideró a su hijo Eduardo, joven indiscreto y frívolo, culpable de la muerte de su padre. El aislamiento de Victoria del público disminuyó en gran medida la popularidad de la monarquía. Aunque cumplió sus deberes oficiales, no participó activamente en el gobierno y permaneció confinada en sus residencias reales. Tras la muerte de Alberto a la temprana edad de 42 años, el dolor fue inmenso. Hizo que prepararan la ropa para él cada mañana hasta su propia muerte cuarenta años después. La reina Victoria (1819-1901) nunca ha pasado de moda. Disfrutó del estatus de icono en vida y su fama sigue vigente. Rechazó el tradicional embalsamamiento y la vigilia. Quiso un funeral blanco, con un desfile militar y su ataúd sobre un carruaje tirado por ponis blancos.

Confianza de la reina Victoria en el criado John Brown

Su amor eterno por Alberto no significó que no sintiera algo especial por su fiel y estimado sirviente John Brown (1826-1883). En instrucciones secretas, vetadas a la familia, Victoria indicó que deseaba ser enterrada con el anillo de la madre de Brown, una fotografía del escocés, un mechón de su cabello y su pañuelo. Victoria comenzó a confiar cada vez más en el criado escocés.​ Surgieron rumores sobre una supuesta relación romántica e incluso un matrimonio secreto entre ellos, y algunos periódicos empezaron a llamarla “Señora Brown”.​ Victoria publicó un libro llamado «Leaves from the Journal of Our Life in the Highlands», que habla mucho acerca de Brown, en el que la reina elogia de gran manera a su criado personal, devoto y fiel amigo.​ Tras la muerte de este, la monarca comenzó a trabajar en una biografía elogiosa de su fiel criado. Personas cercanas a ella, que habían visto los primeros borradores, le aconsejaron que no publicara el trabajo, ya que podría causar rumores de una relación amorosa entre ellos, por lo que el manuscrito fue destruido.

Victoria en su Jubileo de oro

En 1887 la monarca celebró el quincuagésimo aniversario de su ascensión al trono con un banquete, al cual fueron invitados 50 reyes y príncipes europeos. Al día siguiente, participó en un desfile que, en palabras de Mark Twain, «se extendía más allá del límite de la visión en ambas direcciones,» y estuvo presente en una misa de acción de gracias en la abadía de Westminster. En esa época, Victoria era nuevamente extremadamente popular. Dos días después, el 23 de junio,​ contrató a dos indios musulmanes para que fueran sus criados. Uno de ellos, Abdul Karim, fue ascendido a «Munshi» (maestro), quien enseñó a la reina hindi urdu y se convirtió en su escriba. La familia y los criados de la reina se asustaron y acusaron a Karim de ser un espía de la Liga Musulmana, e intentaron poner a Victoria en su contra, a quien ella ignoró las quejas, al considerarlas racistas. Karim permaneció con la reina hasta su muerte y luego regresó a la India con una pensión. La política exterior expansionista de Disraeli, apoyada por Victoria, inició conflictos como la guerra anglo-zulú y la segunda guerra anglo-afgana, a lo que la reina escribió: «Si queremos mantener nuestra posición como gran potencia, tenemos que estar preparados para ataques y guerras en un lugar u otro». ​

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Muerte y sucesión

Siguiendo una costumbre que mantuvo durante toda su viudez, Victoria pasó su última Navidad en el castillo de Osborne, en la isla de Wight. El reumatismo en sus piernas le impedía caminar, y su visión estaba muy afectada por las cataratas. A principios de enero afirmó sentirse “mal y débil” y a mediados de mes escribió en su diario que se encontraba “soñolienta, mareada y confusa».​ Murió allí debido al debilitamiento de su salud, el martes 22 de enero de 1901, a las 6:30, a la edad de 81 años. Cuatro años antes de su deceso, en 1897, Victoria había dejado por escrito las instrucciones para su funeral, el cual deseaba que fuera de estilo militar, siendo hija de un soldado y Jefe del Ejército. La reina fue vestida de blanco, además con su velo de novia.​ A petición suya, el médico y las criadas que la vistieron colocaron también varias fotografías y objetos de su numerosa familia y de sus criados en el féretro. Incluyendo una camisa de dormir de Alberto a su lado, junto con un molde de yeso de su mano, además de una fotografía y un mechón de pelo de John Brown, que escondieron en la parte izquierda, debajo de un ramo de flores. Varias joyas fueron enterradas junto con Victoria, incluyendo la alianza de la madre de John Brown que este le había dado en 1883.​ Su funeral se realizó en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor y, después de dos días de velatorio, fue enterrada junto a Alberto en el Mausoleo Real de Frogmore, en el gran parque de Windsor​. Según uno de sus biógrafos, Giles St. Aubyn, Victoria escribía en promedio 2,500 palabras al día durante su vida adulta.​ Desde julio de 1832 hasta poco antes de su muerte, escribió diarios con frecuencia y llegó a tener 122 volúmenes.​ Tras la muerte de Victoria, su hija menor, Beatriz, fue nombrada su ejecutora literaria. La hija menor de la reina transcribió y editó los diarios a partir de la llegada al trono de Eduardo VII y quemó los originales.​​Parte de su extensa correspondencia fue publicada en varios volúmenes por diferentes autores.​

Victoria estaba físicamente desproporcionada: era corpulenta, poco elegante y no medía más de un metro y medio. A pesar de estos defectos, proyectó una imagen de grandeza. Fue poco popular durante los primeros años de viudez, pero fue muy querida en las décadas siguientes, cuando encarnó una figura matriarcal benevolente del imperio. Solo se conoció su verdadera influencia política después de que se revelaran al público los diarios y cartas.​ Varias biografías publicadas hasta hoy concluyen que Victoria era emocional, obstinada, honesta y sincera.

Cultura popular

En lugar de atenuarse con el paso de los años, la fascinación por Victoria y el Imperio se ha transformado en una perenne nostalgia. La reina Victoria ha sido retratada en diversas películas, series de televisión, libros, revistas y otras publicaciones. Entre ellas, «Victoria, the Great» se estrenó en 1937. En 1938, «Sixty Glorious Years». En 1950, «The Mudlark». En 1954, el director austríaco Ernst Marischka rodó con Romy Schneider Los jóvenes años de una reina, precursora de la saga de Sissi. En 1997, «Mrs. Brown», trata sobre la relación de la reina con su criado escocés. En 2001, la BBC estrenó una serie de dos episodios titulada Victoria & Albert. La reina también aparece en el anime Kuroshitsuji, el cual está ambientado en el siglo XIX. En 2009, Emily Blunt y Rupert Friend protagonizaron la película «The Young Victoria». En 2015, la reina aparece en el videojuego «Assassin’s Creed: Syndicate», ambientado en el año 1868. Allí, la reina Victoria mantiene una relación de amistad con los asesinos Jacob y Evie Frye (los protagonistas del juego), a los que les pide algunos favores en forma de misiones secundarias. En agosto de 2016 se estrenó la miniserie «Victoria». El 22 de septiembre de 2017, en España se estrenó «Victoria & Abdul», protagonizada por Judi Dench y Ali Fazal, como Victoria y Abdul Karim, su último consejero antes de la muerte de la misma, respectivamente.

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Fuentes

Wikipedia
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Cristina Morató, escritora y periodista

 

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