Opinión
Fue una guerra civil
Las teorías de Vallenilla Lanz, asociadas a la dictadura de Gómez, generaron controversia y rechazo. Aun así, su legado intelectual persiste en el debate histórico.
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2 meses agoon
Por: Rafael Simón Jiménez.- Laureano Vallenilla Lanz, uno de los intelectuales más sólidos, polémicos y cuestionados de toda nuestra historia. Su densa formación autodidacta, en la que destacan las lecturas de filósofos, sociólogos e historiadores adscritos a las tesis del positivismo, le permitió formular interpretaciones originales sobre la realidad venezolana, que luego serían caracterizadas como parte de la escuela pesimista, cuyo descrédito estaría determinado por la intención de justificar la larga y cruenta dictadura gomecista.
Laureano Vallenilla había nacido el 11 de octubre de 1870, en el seno de una familia barcelonesa, en un tiempo en que los desórdenes, el saqueo, las guerras intestinas, la disgregación del país y las interminables luchas entre caudillos de todo tamaño y pelaje consumían la vida de los venezolanos.
Esas vivencias de un país atormentado y arruinado por la barbarie serían determinantes para la mayoría de los intelectuales que más tarde se adscribirían al gomecismo, quienes veían en el dictador al hombre fuerte de mano dura y providencial, capaz de asegurar la paz y la estabilidad.
Graduado de Bachiller, Vallenilla renunciará a los estudios superiores formales y se dedicará en solitario a las lecturas, el análisis y la reflexión, que más tarde le permitirán formular sus tan originales y bien fundamentadas como controversiales posiciones sobre la historia y evolución de Venezuela. Augusto Comte, Taine y Spencer lo cautivan, y en la realidad venezolana lo atraen las tesis cientificistas de Ernst y Villavicencio, que buscan superar las explicaciones metafísicas o contemplativas y darle al conocimiento una base de rigor científico.
En 1919, publica lo que será su más debatida y controversial obra, Cesarismo Democrático, cuyo argumento central busca justificar la vigencia del hombre fuerte, del denominado «césar democrático,» capaz, con mano dura, de disciplinar y encaminar las sociedades hacia estadios superiores de desarrollo.
“…En todos los países y en todos los tiempos, aun en estos modernísimos, en que tanto nos ufanamos de haber conquistado para la razón humana una vasta porción del terreno en que antes imperaban en absoluto los instintos, se ha comprobado que por encima de cuantos mecanismos institucionales se hallan hoy establecidos, existe siempre, como una necesidad fatal, el gendarme electivo o hereditario, de ojo avizor, de mano dura, que por vías de hecho mantiene el temor y que por el temor mantiene la paz…”. Esta afirmación constituye la explicación medular de Vallenilla, y aunque muchos, por su posterior servilismo e incondicionalidad al dictador, y por su protagonismo como director del periódico oficialista El Nuevo Diario, lo interpretan como una justificación del gomecismo, hay que decir en honor a la verdad histórica que la tesis había sido inicialmente formulada en 1911, cuando Juan Vicente Gómez aún no se perfilaba como el tirano que sería después por muchos años.
Otra de las posiciones polémicas asumidas por Laureano Vallenilla sería su tesis sobre el carácter de guerra civil que tendría nuestra contienda de independencia en toda su primera etapa, que abarca desde 1810 hasta 1815, con la llegada del ejército expedicionario al mando del general Pablo Morillo. En este trabajo, que luego incorporaría a sus ensayos agrupados en Cesarismo Democrático, Vallenilla explica que la guerra de independencia en esos años fue fundamentalmente una guerra entre venezolanos y que, hasta 1815, la inmensa mayoría del pueblo fue realista y luchó al lado de Monteverde o de Boves, y en contra de la emancipación.
“…La contienda era una lucha entre hermanos, una contienda civil, donde por más que se busque, no se encuentra el carácter internacional que ha querido dársele en la historiografía tradicional…”, afirma el polémico autor, y luego expone sus consecuencias en términos de la sucesión de revoluciones que siguieron marcando el resto del siglo XIX venezolano.
Las posiciones de Vallenilla, por su originalidad, tienen un elemento de desafío y provocación que despierta respuestas y controversias dentro y fuera de Venezuela. Su figura, asociada a la cruel dictadura gomecista, despertaba un repudio automático que descalificaba sus posiciones, aun sin haberlas leído, como él mismo afirmaba.
Vallenilla pasó sus últimos años como embajador de Venezuela en París, y su hijo Laureanito, famoso ministro de policía de la dictadura perezjimenista, referiría el impacto que causó en su padre la noticia de la muerte del longevo dictador y su exclamación de “murió el loquero” para referirse al papel que, a su juicio, había cumplido Gómez en la historia venezolana.
El polémico intelectual, cuyas posiciones siempre fueron vistas como justificadoras de los regímenes de fuerza, sería, sin embargo, respetado por su talento, densidad y cultura, aun por sus más enconados adversarios.
Cuando su hijo aparezca como la supuesta «eminencia gris» e ideólogo del régimen de Marcos Pérez Jiménez, Rómulo Betancourt, fundador y líder fundamental de Acción Democrática, se referirá a él con una frase que llevaba implícito un reconocimiento al viejo Vallenilla: «Salió con el cinismo, pero sin el talento de su padre…»
*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano
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