Opinión
CURUCUTEANDO / Las crisis nos asaltan de noche y así recibimos el amanecer
La conexión entre el pensamiento y el cuerpo ha sido estudiada por la ciencia. El diálogo interno positivo puede mejorar la salud física y emocional, influyendo en nuestras defensas y bienestar general.
Por: Edicta Gómez Merchán.- Es importante que dialoguemos con nosotros mismos, reconociendo que somos nuestra fuerza más poderosa para transformarnos. A través de ese encuentro, el cerebro genera señales a las que el cuerpo responde con elementos químicos que influyen en nuestra conducta y sentimientos. Los estudios demuestran que basta con decirnos que algo es peligroso para que el organismo reaccione de manera defensiva de inmediato; y, por el contrario, si nos decimos algo positivo, el cuerpo responde de forma favorable. Cuando una persona cree que tiende a enfermarse en una situación determinada, es probable que lo haga, ya que el organismo reacciona con una baja en las defensas y un aumento en la probabilidad de enfermar.
Casi siempre las crisis nos asaltan en la noche o la madrugada. Nos sentimos heridos de muerte, rodeados de silencio y soledad, al borde de nuestra resistencia. Es en estos momentos cuando el corazón debe encontrar su mayor fortaleza para enfrentar una agonía que, además de cruel, parece injusta. ¿De quién recibimos consuelo? ¿Se justifica el sufrimiento? ¿Por qué estoy recibiendo este castigo? ¿Acaso soy un transgresor o transgresora? ¿Por qué sufro? No hay respuestas claras. Hundidos en el desconcierto, la calamidad o lo absurdo, el día nos alcanza. Sin embargo, debemos enfrentar nuestras actividades con energía y agradecer —a quien queramos— la oportunidad de vivir una nueva experiencia. Siente alegría y placer por tener amigos, familia, salud, y sobre todo, por mantener las ganas de seguir luchando.
Nos lamentamos continuamente de lo dura que es la vida a veces, sin encontrar una explicación que justifique plenamente los tropiezos. Las cicatrices del sufrimiento nos permiten, en ocasiones, un quejido silencioso y otras veces uno quejumbroso, fruto de momentos agrios y amargos. Peregrinamos por la vida sin poder entender el misterio del dolor y, lo que es peor aún, sin vislumbrar una solución que lo alivie. Nos enfrentamos a muchas pruebas, y a veces mostramos flaqueza, pero no debemos permitir que eso nos quiebre. Debemos avanzar con firmeza, integridad y sin rendirnos.
Tú puedes lograr lo que te propongas. Reflexiona sobre lo que has alcanzado en tu vida: los progresos que has hecho, desde dónde empezaste y dónde te encuentras ahora. Recuerda esos momentos en los que te parecía que el mundo se iba a acabar, que no había salida, que nunca encontrarías la solución. Luchaste, y hoy esos problemas no son más que anécdotas que apenas recuerdas. Reconoce lo que has creado en tu vida, aquello de lo que te sientes orgulloso y que en algún momento te parecía inalcanzable. A veces nos decimos: «No he logrado nada especial». Esto equivale a no reconocer tus esfuerzos, y por lo tanto, es tratarte injustamente.
¡Ánimo, tú puedes!