Opinión

CURUCUTEANDO / Atila, «Azote de Dios» Rey de los Hunos (Gobernó desde el 434 hasta el 453)

Atila, el rey de los hunos, falleció en extrañas circunstancias en su noche de bodas. ¿Accidente o asesinato?

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Por: Edicta Gómez Merchán.- Atila fue el azote de romanos, godos y germanos, el último y más poderoso caudillo de los hunos, una temible horda invasora, probablemente procedente de Asia, aunque sus orígenes exactos siguen siendo desconocidos. Estos guerreros nómadas, llegados desde las estepas de Asia Central, dominaron con brutalidad durante dos décadas el mayor imperio europeo de su tiempo.

Atila es recordado por ser el terror de las legiones romanas. Bajo su severa dirección —se dice que empalaba a traidores y desertores como advertencia—, los hunos penetraron repetidamente en el Imperio Romano de Oriente durante diez años. Atila se erigió como una especie de «capo mafioso», capaz de extorsionar grandes cantidades de oro a cambio de no atacar ciudades. Ávido de riquezas, se presentaba periódicamente frente a las murallas de importantes urbes, exigiendo enormes sumas de dinero para luego marcharse con sus hordas a otras regiones.

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Bajo su arco y su hacha cayeron importantes ciudades y líderes que hasta entonces se consideraban intocables. Incluso llegó a asesinar a su hermano Bleda, quien había sido su compañero en muchas conquistas, con el fin de hacerse con el poder absoluto entre los hunos. Sin embargo, ni sus victorias pasadas ni el miedo que inspiraba en sus enemigos fueron suficientes para salvarlo de una hemorragia nasal. En plena noche de bodas con una de sus muchas esposas, la ruptura de un vaso sanguíneo lo condenó a una muerte asfixiante, ahogándose en su propia sangre y vómito tras una noche de excesos con alcohol.

Victorias y derrotas

En el 452, Atila emprendió una de sus últimas campañas, lanzándose sobre Italia. Su objetivo era castigar a aquellos pueblos que se negaron a pagarle tributo a cambio de protección. A golpe de antorcha, saqueó ciudades como Aquilea, Milán y Pavía. Valentiniano III, emperador del Imperio Romano de Occidente, abandonó Rávena y se refugió en Roma, solicitando al Papa León I que intercediera para persuadir al caudillo de abandonar sus dominios. Tras una extensa reunión y, para sorpresa de toda Europa, el Papa logró convencer a Atila de retirarse.

Al momento de su muerte, poco quedaba del Atila de las grandes conquistas. Aquel caudillo que había cruzado el Danubio, destruido Tracia y extorsionado al emperador Teodosio II para que lo cubriera de oro a cambio de retirarse, ya era historia. Lejos quedaban también sus incursiones y saqueos en la Galia y el Rin. En su lugar, Atila comenzaba a sentir el incómodo peso de la vejez (se encontraba cerca del medio siglo de vida, una edad avanzada para la época) y empezaba a experimentar derrotas en el campo de batalla. Esto quedó demostrado en su capitulación en la Batalla de los Campos Cataláunicos en el 451, donde enfrentó una coalición de romanos, francos y visigodos.

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Noche sangrienta

Así, jornada tras jornada, llegó el año 453, un periodo en el que Atila solo pensaba en caer con furia sobre sus enemigos. En medio de estos pensamientos, se obsesionó con una princesa burgundia llamada Ildiko (también conocida en las fuentes como Ildico o Ildicona). «Atila, después de innumerables esposas, se casó, según la costumbre de su raza, con una joven muy hermosa llamada Ildico», relata Prisco. Esto resultaba llamativo para el historiador, quien describía a Atila como un hombre de baja estatura, con un tórax ancho, cabeza grande, ojos pequeños, barba fina, nariz aplastada y tez oscura. A los 47 años, su aspecto era ya el de un hombre casi demacrado.

Durante su boda, según Prisco, Atila se entregó a una celebración desmesurada. Aquella noche, en su palacio de madera junto al río Tisza, hizo algo inusual en él: comer y beber hasta la extenuación. «Bebió y comió más de lo habitual, ya que lo conocíamos como un hombre parco y austero. Se dice que aquella noche brindó con cada uno de sus numerosos invitados». Embriagado, Atila subió a sus aposentos junto a Ildico para culminar el matrimonio.

No se sabe con certeza qué ocurrió después, pero a la mañana siguiente, sus guardias lo encontraron muerto en el suelo, rodeado de un charco de sangre. A su lado, su nueva esposa se encontraba aterrorizada, incapaz de hacer nada, acurrucada en una esquina, cubierta por un velo y llorando desconsoladamente.

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Dudas sobre su muerte

La intriga sobre la muerte de Atila persiste hasta nuestros días. Según Prisco (aunque parte de sus textos se ha perdido), cuando hallaron el cuerpo, había mucha sangre en su boca, pero no había rastro de vómito. Este detalle ha llevado a algunos autores a especular que la muerte de Atila no fue accidental, sino un asesinato planeado por sus enemigos y ejecutado por su nueva esposa. Otros sugieren que Aecio, a quien Atila había derrotado en el 451 y que no pudo enfrentarlo al año siguiente, pudo haber estado detrás de la conspiración.

Honras tras su muerte

La muerte de Atila fue un día de luto profundo para los hunos. Prisco lo describió así: «No omitiré describir algunas de las muchas formas en que su espíritu fue honrado por su raza. En medio de una llanura, su cuerpo fue tendido sobre seda, y fui testigo de un espectáculo solemne. Alrededor del palacio donde yacía, los mejores jinetes de los hunos cabalgaron en círculos, como en los juegos del circo, y entonaron un canto fúnebre que decía: ‘Rey principal de los hunos, Atila, hijo de Mundzuc, señor de los pueblos más valientes, que gobernó con soberanía Escitia y Germania con un poder sin precedentes, y que aterrorizó a Roma al capturar sus ciudades.’ En señal de luto, los hunos se cortaron el pelo y se hirieron las mejillas.»

Referencias

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  • Prisco de Panio
  • Wikipedia
  • Manuel P. Villatoro
  • Ana Martos Rubio
  • Pedro Mexía, «Historia Imperial y Cesárea»
  • Michael A. Babcock, «The Night Attila Died: Solving the Murder of Attila the Hun»

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