Opinión

Voy a hablar como sacerdote que solo teme a Dios

El enfrentamiento entre el gobierno de Marcos Pérez Jiménez y la Iglesia Católica, encabezada por Monseñor Rafael Arias Blanco, revela la lucha social y política en Venezuela.

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Por: Rafael Simón Jiménez.- Los gobiernos caudillistas y autoritarios, que se han repetido a lo largo del devenir histórico venezolano, y que como monstruos antediluvianos y antihistóricos prolongan su existencia hasta bien entrado el siglo XXI, siempre han tenido a la Iglesia Católica como destinataria de sus atropellos, ya sean físicos o verbales. Es conocido el caso de la polémica y expulsión del Arzobispo Ramón Ignacio Méndez por José Antonio Páez, la destitución de Monseñor Guevara por el autócrata Guzmán Blanco, la expulsión del obispo Montes de Oca por Juan Vicente Gómez, o el hostigamiento a Monseñor Rafael Arias Blanco, después de su conocida pastoral de mayo de 1957, que marcó la decadencia hacia el colapso de la dictadura de Pérez Jiménez.

Durante el decenio militar de 1948 a 1958, la Iglesia Católica mantuvo buenas relaciones con las autoridades militares durante la primera etapa de esos diez años, en la que desempeñaron la presidencia de los gobiernos los generales Carlos Delgado Chalbaud y, luego, un civil, el Dr. Germán Suárez Flamerich, quienes habían prometido un pronto retorno a la legalidad mediante la convocatoria de elecciones populares para el restablecimiento de la democracia. La jerarquía católica había tenido serias desavenencias con el gobierno de Acción Democrática surgido del golpe militar del 18 de octubre de 1945, durante el cual las autoridades gubernamentales llegaron a auspiciar y tolerar una iglesia cismática venezolana, disidente de la oficial, liderada por una persona que luego se comprobó que nunca había sido sacerdote.

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Tras consumarse el fraude electoral del 30 de noviembre de 1952 y al devenir el régimen militar en un gobierno unipersonal de Marcos Pérez Jiménez, comenzó un proceso de progresivo alejamiento entre las autoridades eclesiásticas y los jerarcas del régimen, que se convirtió a mediados de 1957 en una abierta confrontación. Esta se intensificó cuando el Arzobispo de Caracas, Monseñor Rafael Arias Blanco, dio a conocer su famosa pastoral, leída en todos los púlpitos de las iglesias el 1 de mayo de ese año, en la que se revelaban las precarias y deplorables condiciones de vida de los trabajadores venezolanos, contrastando con la publicidad abrumadora que pretendía proyectar a Venezuela como un país en plena prosperidad y desarrollo material.
La pastoral del alto prelado de la Iglesia cae como un balde de agua fría sobre el gobierno tiránico. El arzobispo es sometido a una fuerte reprimenda por el Ministro del Interior, quien le exige confinarse a los temas pastorales. Sin amedrentarse, Monseñor Arias le recuerda su deber de asistencia y solidaridad con los más pobres y necesitados. Este primer incidente será solo el comienzo de un conflicto que terminará arrollando al régimen despótico.

Poco tiempo después, desde las páginas del diario católico La Religión, su director Monseñor Hernández Chapellín inicia una polémica en la que se atreve a refutar los editoriales de El Heraldo, firmados por el arrogante Ministro del Interior, Laureano Vallenilla Planchart, bajo las iniciales «RH».

Vallenilla, abusando de su posición de eminencia gris del régimen y aprovechando la proscripción e ilegalidad de los adversarios políticos de la dictadura, los fustiga diariamente desde el periódico donde es principal accionista, llegando a sentenciar: “En Venezuela, los partidos políticos han dejado de existir. Bastó un decreto y una simple operación policial para que desaparecieran, lo que significa que estos no tienen apoyo popular ni validez histórica”.

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Desde La Religión, Hernández Chapellín públicamente desmiente sus argumentos, señalando: “…Creemos firmemente que el articulista está fuera de la realidad. Podemos afirmar que Acción Democrática y otros partidos no están muertos, todo lo contrario. Creer que una idea se mata con una simple acción policial, que se extingue con un decreto, es colocar esas ideas en el plano de las cosas materiales. Lo que sucede es que esos partidos no encuentran un clima propicio para trabajar a la luz pública. Que tengan campo libre de acción y veamos si es cierta la falta de vitalidad”. Más adelante, replica con contundencia: “La célula cancerosa no se ve. Tampoco apreciamos a simple vista el bacilo de la tuberculosis. Pero no por eso podemos descuidarnos y decir que no trabajan. Pongámonos en contacto con esos pequeños seres vivos y entonces podremos apreciar su prolífica actividad vital”.

Vallenilla, incapaz de mantener el debate en el plano de las ideas, recurre a la intimidación citando a Hernández Chapellín a su despacho. Al requerirle la intención de sus escritos, el sacerdote responde, sin el menor asomo de miedo: “Voy a hablar más que todo como sacerdote que solo teme a Dios. Con el régimen que ustedes tienen en Venezuela, casi todos lo odian”. La respuesta enfurece al ministro, quien le reprocha su posición y hace reiteradas advertencias sobre las consecuencias de sus escritos. Pero solo unos pocos meses después, la dictadura será derrocada por un movimiento de unidad nacional, que tuvo en la Iglesia Venezolana una de sus mejores inspiraciones.

*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano

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