CURUCUTEANDO / Es difícil convivir con una persona frustrada
Las personas frustradas pueden proyectar su resentimiento y pesimismo sobre quienes los rodean, generando conflictos y afectando el bienestar emocional. La experta Edicta Gómez Merchán explica cómo identificar y manejar estas relaciones.
La vida es más grande que tus miedos y temores; tu fuerza es mayor que tus dudas.
Por: Edicta Gómez Merchán.-Las personas frustradas pueden resultar difíciles de soportar. A menudo sienten envidia hacia quienes alcanzan el éxito y piensan que los demás también deben sufrir, pues creen que no tienen derecho a la felicidad. Cada vez que tienen oportunidad, lanzan críticas venenosas y hostigan hasta hacer sufrir a quienes los rodean. Su resentimiento llega incluso a los más indefensos de su entorno.
El fracaso ajeno parece servirles de consuelo para sus propias caídas, y se regocijan cuando ven que otros fracasan o empeoran. Su frustración encuentra alivio en los sinsabores de los demás. Nuestro entorno más cercano nos condiciona, y así, la influencia que ejercen las personas que nos rodean, aunque invisible, es poderosa. Estas personas frustradas son propensas a compartir noticias negativas, a menudo magnificadas y tergiversadas, y se empeñan en amargarse la vida recordando historias dolorosas de su pasado, culpando a otros de sus malestares y agrediéndolos verbalmente.
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Comentan, por ejemplo, que «si a su padre le servían refresco, a ellos solo agua; si el padre comía carne, ellos solo caraotas». Estos recuerdos recurrentes pueden volverse agobiantes, y lo peor es que intentan hacer partícipes de sus vivencias desagradables a quienes nada tienen que ver con ellas. Rara vez se preocupan por hacer felices a otros, sonríen poco, siempre están a la defensiva y siembran discordia tanto en el trabajo como en la familia. Viven en conflicto consigo mismos y, en el fondo, no aceptan a nadie porque no se aceptan a sí mismos.
Cuando estamos junto a una persona positiva y alegre, nos contagiamos de su entusiasmo y nos sentimos bien. Esto ocurre gracias a las llamadas neuronas espejo, que nos permiten sentir empatía e imitar las emociones de otros. Pero, estas mismas neuronas espejo también nos exponen a las emociones de una persona malhumorada o triste, contagiándonos su pesimismo y malestar, lo que incluso puede afectar nuestra salud.
El odio que estas personas dejan a su alrededor es reflejo del odio que sienten hacia sí mismas; dividen y se ensañan contra aquellos a quienes consideran sus enemigos. Atacan sin remordimiento, sin importar el grado de cercanía que tengan, ya sean familiares, amigos o compañeros de trabajo.
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Esta “mochila” de fracasos lo acompaña mientras viva, y si no toma conciencia, jamás podrá disfrutar de las oportunidades de agradar, sonreír, convivir en paz y generar felicidad. Estas personas suelen nadar contra la corriente, inventándose problemas, cargadas de preocupación y ansiedad, sumergidas en las aguas turbias de su propio malestar. Son aburridas e insatisfechas, temen que los demás les quiten lo poco que tienen, creen que nadie les ofrece nada, y se convierten en víctimas de sus propias percepciones. Se sienten solas y hacen de su soledad un refugio; desafían al mundo, convencidas de que nadie las comprende ni ellas mismas se comprenden. Viven atormentadas, sacan a relucir constantemente sus problemas personales y profesionales, culpando a todos, menos a sí mismas.
Son obstinadas cuando desean hacer daño, actuando de forma obsesiva, con un disimulo que oculta un interior lleno de tristeza y dolor. Sus heridas nunca cicatrizan, pues reviven constantemente los recuerdos desagradables. Sus resentimientos y malos presentimientos se clavan en su interior como dagas que las hieren sin cesar. Desconfían de todo y de todos, acusan sin pruebas, inventan y llegan a creer sus propias mentiras, hasta el punto de hacerlas parecer verdades. Quien las escucha podría creerles, pues hablan con tal seguridad que nadie imaginaría que su mente y su espíritu están llenos de basura emocional: resentimientos, negaciones, lamentos, egoísmos y sufrimientos.
Actúan como si estuvieran atrapadas en los estrechos muros de una cárcel mental, sintiéndose asediadas. Desean mucho y logran muy poco; a veces intentan agradar o encontrar armonía consigo mismas y con los demás, pero viven siempre en tensión. Estas personas necesitan revisar su vida, aprender a vivir en paz con su conciencia, arrancar de raíz las penas y dolores, y comenzar por quererse a sí mismas para ser felices sin dañar a quienes no son responsables de sus desgracias y fracasos.
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Lo recomendable es acudir a un profesional, quien, a través de sus terapias, pueda brindarles algo de tranquilidad, ayudar a sanar heridas, olvidar desventuras y, finalmente, disfrutar de las bondades de la vida.
No permita que personas con estas actitudes desestabilicen su bienestar emocional.
Recuerde: nadie, absolutamente nadie, tiene la autoridad para hacerlo. Tampoco espere que ellas cambien su estado de ánimo. Por eso, aplique la técnica de «hacerse el sordo o la sorda»: cambie de tema, váyase al baño o invéntese cualquier excusa y aléjese. No se autoflagele, pues el resentimiento es como tomar veneno esperando envenenar a otro. Mientras el dolor eventualmente pasa, el rencor se queda, y al alimentarlo, se convierte en una herida que nunca sana. Es un monstruo que puede crecer tanto como usted permita, invadiendo cada vez más aspectos de su vida a medida que lo nutre con pensamientos de queja y autocompasión.
No viva anclado al dolor; avance y concéntrese en construir, en lugar de destruir. Si el miedo lo invade, recuerde que muchas veces esos temores son solo alucinaciones, creadas en su mente y sin base en la realidad. Hechos insignificantes pueden convertirse en dramas adornados de tragedia, impidiéndole vivir plenamente y haciéndole agonizar.
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Recuerde que la vida es más grande que sus miedos y temores, y su fuerza es mayor que sus dudas. Su corazón guiará sus pasos y le dará las respuestas correctas. Con el tiempo, lo que hoy parece difícil mañana se verá como una victoria. Ámese profundamente; cuando se mire al espejo, que vea su rostro relajado, sus labios en una sonrisa, y una luz que irradie fe, esperanza, fuerza, paz y amor. Reconozca que usted es un regalo de la vida, celebre sus logros. Disfrute de sus triunfos, compártalos, sonría, y contagie a los suyos con su energía. ¡Sea feliz!