Opinión
CURUCUTEANDO / La vida no es un sueño de ilusiones
La sobreprotección infantil y la desconexión entre los sueños y la realidad generan frustraciones y desafíos. ¿Cómo enfrentarlos y encontrar un equilibrio?
La sobreprotección de los padres no les permite a los hijos enfrentar la realidad
Por: Edicta Gómez Merchán.- El niño vive con la impresión de que el mundo entero gira en torno a él y mitifica todo cuanto lo rodea: sus padres poseen belleza y poder, su hogar es el más importante del vecindario y, en medio de tanta maravilla, él se percibe como una perla preciosa.
Sin embargo, cuando comienza a asomarse al balcón de la vida, el niño despierta de ese fantástico sueño. Descubre que sus padres no son tan maravillosos como imaginaba, que su familia no es tan encumbrada, y que él tampoco es el eje del mundo. Entonces reacciona. Este despertar puede ser amargo, ya que el error fundamental del ser humano es desear permanecer inconscientemente en el seno materno, en un limbo de sueños y ficciones. Enfrentar la dura realidad lo obliga a despertar constantemente. Su existencia puede transformarse en una cadena ininterrumpida de sobresaltos, o incluso en un disfrute de su propia desgracia.
A pesar de todo, el ser humano logra ponerse en pie, levantar la cabeza y abrir los ojos. Cuando lo hace, se encuentra con que casi todo está hecho, que sus posibilidades son limitadas, que la libertad existe pero es condicionada y, en ciertas circunstancias, casi nula. Por ello, aunque el margen de acción sea pequeño, es necesario poner en práctica toda la capacidad de entusiasmo para rendir al máximo. Es imprescindible aprovechar la propia personalidad para expandirse en ciertas direcciones y superar las altas murallas que se interponen en el camino, haciendo grandes esfuerzos para lograr mejores y más satisfactorios resultados.
Las ilusiones, con el paso del tiempo, se desvanecen una por una, como hojas arrastradas por el viento. A los cincuenta o sesenta años, muchas personas se muestran decepcionadas y escépticas: ya no creen en nada ni en nadie. Su ideal se convierte en su sepultura. Esto ocurre porque no era un ideal verdadero, sino una simple ilusión. Sin embargo, un ideal debe ser una ilusión acompañada por una dosis de realidad.
El ser humano, haciendo uso de su sabiduría innata, debe aprender a mirar la fría objetividad con los ojos bien abiertos, a permanecer sereno y firme frente a las asperezas de la vida, aceptándola tal como es. Es necesario entender que somos esencialmente vulnerables, que nacemos para morir, que es muy poco lo que podemos cambiar, y que, aunque realicemos grandes esfuerzos, los resultados suelen ser limitados o insatisfactorios. En ocasiones, las personas reconstruyen o reviven su pasado lleno de culpas, pesares y resentimientos, cargando con ellos durante años.
Hay quienes se hunden en el abismo de la frustración. De jóvenes, soñaron con ideales elevados: la felicidad conyugal, el éxito profesional, la participación política. Pero, con el paso de los años, nada de esto se concreta. Por mucho tiempo lograron mantener viva la antorcha de la ilusión, pero poco a poco sienten y comprueban la distancia insalvable entre sus sueños y la realidad.
La mirada no debe enfocarse en cumbres demasiado elevadas, porque, al descubrir que son inaccesibles, el desánimo puede apoderarse de uno. Hay que aprender a aprovechar las oportunidades, aunque a veces lleguen por la puerta de atrás, disfrazadas de infortunio o frustración temporal, provocando el aparente fracaso.
Edicta Gómez Merchán
Educadora / Comunicadora