Opinión
Venezuela se perderá cuando un gobernante se burle del pueblo
Carlos Soublette, destacado militar y gobernante, marcó la historia de Venezuela con su tolerancia, talento político y dedicación al progreso del país.
Por: Rafael Simón Jiménez.- Carlos Soublette tiene un lugar destacado como militar y gobernante dentro de la generación de los libertadores de Venezuela. Incorporado desde muy joven al movimiento emancipador, tuvo el privilegio, como edecán del generalísimo Francisco de Miranda, de ser testigo de excepción del proceso de fracaso y capitulación de la Primera República. También presenció cómo un grupo de patriotas encabezados por el futuro Libertador, Simón Bolívar, acusó de traidor al Precursor, lo apresó en La Guaira cuando estaba listo para embarcarse al exterior y lo entregó a las autoridades españolas encabezadas por Monteverde.
La larga guerra de independencia permitió a Soublette prestar destacados servicios en el campo de batalla y en los centros de planificación de la cruenta contienda, lo cual fue altamente valorado por Bolívar. El Libertador sentía especial predilección por el talento y la diligencia con que Soublette cumplía todas las tareas asignadas, una relación especial que se prolongó hasta la Campaña del Sur y la muerte del Padre de la Patria.
El general Soublette jugó, al lado de José Antonio Páez, un papel destacado en la separación de Venezuela de la Gran Colombia y en el apuntalamiento de las bases de la República independiente. Por ello, el caudillo llanero, al igual que anteriormente lo habían hecho Miranda y Bolívar, apreciaba sus méritos como un hombre probo, serio, comedido, tolerante y talentoso, capaz de desempeñar roles significativos tanto en tiempos de paz como en el escenario bélico. Por estas cualidades, pronto se convirtió en el hombre de confianza y mano derecha del fundador de la República durante la hegemonía de la llamada oligarquía conservadora, que, bajo la égida de Páez, garantizó 18 años seguidos de estabilidad política.
En 1834, al concluir el periodo presidencial de Páez, este pensó en Soublette como su sucesor y lo respaldó como candidato. Sin embargo, la nominación del doctor José María Vargas frustró esta aspiración. Posteriormente, tras las incidencias de la llamada «Revolución de las Reformas», que llevaron a la renuncia definitiva del mandatario civil, el prócer asumió la primera magistratura y completó el periodo constitucional.
Esa primera experiencia de gobierno marcó el inicio de una sucesión de alternancias que el binomio Páez-Soublette utilizó como fórmula para mantener la gobernabilidad. Páez volvió al poder en 1838, y Carlos Soublette lo relevó en el cuatrienio siguiente. No obstante, la situación económica y social amenazaba seriamente la estabilidad de los conservadores, especialmente después de que en 1840 surgiera el Partido Liberal. Sus líderes, Antonio Leocadio Guzmán, Tomás Lander, Napoleón Sebastián Arteaga y Felipe Larrazábal, entre otros, convirtieron sus consignas y prédicas en instigaciones y guías de la revuelta popular.
Carlos Soublette, un hombre serio, comedido y civilizado, se vio obligado, contra su carácter y convicciones, a actuar con mano dura y reprimir sin contemplaciones el movimiento insurreccional que estalló en el marco de las elecciones presidenciales de 1846. En este contexto, se produjeron serias rebeliones sociales que fueron aplastadas a sangre y fuego por el gobierno conservador y su presidente.
Existe una conocida, aunque generalmente mal contada, anécdota que pone de relieve el carácter tolerante de Soublette. Se refiere a la promoción, en 1843, de una obra de teatro en Caracas que, según informaron al presidente, constituía una sátira y burla contra su persona y su gobierno. Al enterarse del asunto, el jefe de Estado hizo venir a su residencia al director del teatro y le solicitó leer el guion que iba a ser puesto en escena. Temiendo represalias, el director cumplió con las órdenes presidenciales. Al terminar la lectura, perplejo y asustado, escuchó la reflexión del gobernante:
—Todo esto está muy bueno. Además, no me trata a mí tan mal, solo contiene ligeras burlas. Créame, Venezuela no se ha perdido, ni se perderá, porque un ciudadano se burle de un gobernante; se perderá porque un gobernante se burle de sus conciudadanos.
Toda una lección de tolerancia y buen talante, que ojalá hubieran podido asimilar tantos déspotas autoritarios que, hasta la actualidad, reaccionan sensibles y airados ante cualquier crítica o sátira que se les haga desde la ciudadanía, mientras se burlan cotidianamente de sus gobernados.
*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano