RELATO/ La violeta ambiciosa

Había una vez en un jardín unas hermosas rosas, muy orgullosas de su belleza y fragancia, de las atenciones que les dedicaba el jardinero y de la admiración de los vecinos y transeúntes que por allí pasaban. Cerca de un muro del jardín, casi perdidas entre la grama, vivían unas violetas, bajo el manto de tranquilidad que cubre el anonimato.

Un día, las violetas escucharon un llanto desconsolado y, viéndose unas a otras, descubrieron que la que lloraba era una de ellas. Sorprendidas, trataron de averiguar el motivo de su tristeza y ella les confesó: «Odio ser una violeta, ojalá fuera una rosa, alta, atractiva e irresistible…»

Las demás violetas le dijeron: «Tonta, ¿no te has dado cuenta de que, a pesar de ser nosotras pequeñas y casi invisibles, tenemos un lindo aroma y un hermoso color? ¿No te das cuenta de que, siendo pequeñas y bien escondidas, gozamos de la seguridad de que nuestra vida transcurrirá en calma y nadie se fijará en nosotras para arrancarnos, meternos en un florero o vendernos en el mercado?».

La violeta ambiciosa no se convencía y seguía llorando. Sus quejas llegaron al oído de la Madre Naturaleza y esta última, madre al fin, le preguntó: «¿Qué te pasa, mi pequeña hija? ¿Por qué lloras?» La violeta le contó sus penas y le dijo: «Ay, Madre Naturaleza, te ruego que me conviertas en una rosa, aunque sea por un día, pues no soporto más mi condición. Quiero ser una rosa.»

La Naturaleza le preguntó si estaba segura de ello y la violeta afirmó su voluntad, añadiendo que sean cuales fueran las consecuencias, como violeta no podría seguir viviendo. Ante tal insistencia, la naturaleza le concedió su deseo y al día siguiente, amaneció en el jardín, al lado del rincón de las violetas, una hermosa rosa, erguida sobre un esbelto tallo y con color y aroma excepcionalmente hermosos.

Por la tarde, comenzaron a aparecer en el cielo unas nubes grises y una brisa acarició la comarca. Por la noche, las nubes se convirtieron en copiosa lluvia y la brisa en vientos y tormentas. El pequeño jardín fue azotado.

Al día siguiente, salió el sol y pudo verse la destrucción infligida al pequeño jardín. Una de las víctimas de la tormenta fue la rosa que fue violeta. Arrancada desde la raíz, yacía agonizante.

La madre de las violetas, viendo a la ambiciosa, se dirigió a las demás y les dijo: «Espero, mis hijas, que lo que le pasó a vuestra hermana sea una provechosa lección para todas ustedes. Véanla, se está muriendo, y todo por su desmesurada ambición, su imprudencia y su amor a la aventura. Vean cómo se estremece y cómo se marchitan sus pétalos. Hoy, hubiera estado como nosotras, feliz y tranquila, pero no, ella quería ser rosa, y sufrió la misma suerte de las rosas, pues como pueden ver, casi todas han sido arrancadas por el viento, y por la tarde, mientras nosotras seguimos en nuestro refugio, ella será recogida por el jardinero y echada al fuego.» Las violetas asintieron y murmuraban admiradas de la sabiduría de la madre violeta.

En ese instante, la violeta ambiciosa reunió las pocas fuerzas que le quedaban y dijo con su voz moribunda: «Estoy consciente pero no arrepentida de lo que me ha pasado. Casi toda mi vida transcurrió pegada al piso y escondida entre las piedras y el muro; cierto es que tenía seguridad, pero eso era todo. Nunca sentí que formaba parte del jardín ni podía admirar la belleza que nos rodea. Es verdad que hoy seré alimento de las llamas, pero fui rosa, y pude ver el mundo desde la altura y a través de los ojos de la rosa. Supe lo que era el orgullo; supe cómo se sienten las rosas; admiré la belleza de las mariposas y sentí las vibraciones del colibrí cerca de mi pecho.

Cuando comenzó la tormenta conocí el miedo a lo desconocido y a la muerte y con ello pude saborear nuevas emociones. Cuando mis raíces fueron arrancadas del suelo, sentí cómo se desgarraba la vida; sentí el intenso dolor que sintieron las demás rosas. Ustedes seguirán viviendo como cuando nacieron, y morirán sin darse cuenta de que la vida se les va poco a poco, sin dolor pero sin gloria ni emociones. Dos cosas lamento: el haber vivido entre ustedes, escuchando sus mediocridades, y la tormenta que no me dejó ser rosa por más de un día. Es cierto, un solo día, pero lleno de emociones e intensamente vivido.»

«Hoy el jardinero vendrá a buscarme, porque se dará cuenta de que he dejado de existir y mañana sentirá nostalgia por mi ausencia. Ustedes, insignificantes florecillas, se irán sin dejar huella. Muero, pero feliz. He visto el sol al amanecer y fui novia de la luz. También fui estremecida por la emoción que causa el espectáculo de la Madre Naturaleza enfurecida y las nubes con los pliegues de sus faldas empapados de lluvia, y sus entrañas desgarradas por los relámpagos. Véanme por última vez, pues la Madre Naturaleza, cuando estemos en el paraíso, me pondrá entre las rosas. Ustedes, al lado de un muro.»

Y la rosa expiró.

Original: Gibran Khalil Gibran

Traducción y adaptación libre: Nagib Otayek

13 de agosto de 1996.
Santos Hipólito y Ponciano Mártires
Santas Centola y Helena Mártires

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