Opinión
¿Por qué llora general?
El último dictador venezolano, Marcos Pérez Jiménez, enfrentó su destino en enero de 1958, cuando un fallido alzamiento militar marcó el inicio de su fin.
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3 meses agoon
Por: Rafael Simón Jiménez.- Marcos Pérez Jiménez, el último dictador venezolano en el pleno rigor del término, fue, desde sus días de ingreso a la Academia Militar Venezolana, un líder castrense. Su disciplina, su vocación al estudio y su rendimiento en todos los aspectos académicos lo convirtieron en el primer alumno y, posteriormente, en el primer oficial de su promoción. Su desempeño en esa alta casa de formación es considerado uno de los más destacados en toda su historia.
Con esos méritos a cuestas, logró consagrarse en la exigente Escuela de Artillería del Perú y, luego, en la prestigiosa Escuela de Estado Mayor de Chorrillos, donde también obtuvo los mayores lauros profesionales. Regresó a Venezuela en 1945 y pronto se colocó al frente de un movimiento de jóvenes uniformados que expresaban reservas y cuestionamientos hacia el gobierno, y sobre todo hacia la política militar del general Isaías Medina Angarita, que, a juicio de los disidentes, no estaba a tono con los cambios que había sufrido el país y, sobre todo, con las demandas de modernización de la institución armada.
El 18 de octubre de 1945 se produjo el golpe militar que derrocó al Presidente, quien estaba próximo a concluir su período. Los jóvenes oficiales, encabezados por el entonces mayor Pérez Jiménez, habían pactado con los líderes del novel partido Acción Democrática, liderados por Rómulo Betancourt, para que estos ejercieran el gobierno civil. El futuro dictador fue detenido en horas de la mañana e interrogado para verificar su participación en el movimiento militar, que había sido delatado tardíamente. Al organizarse el nuevo gobierno de facto, fue designado como jefe de Estado Mayor, posición desde la cual controlaría todos los movimientos de las Fuerzas Armadas, reforzando así su ascendencia y poder de mando en su interior.
A los pocos días de iniciada la pomposamente denominada “Revolución de Octubre”, comenzaron las desavenencias entre el jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Nacionales (FAN) y el nuevo gobierno, las cuales se irían profundizando a medida que la situación evolucionaba hacia un control hegemónico de Acción Democrática (AD) en lo político y electoral. El mayor Pérez Jiménez catalizaba el descontento que se iba incubando en el interior de las Fuerzas Armadas, donde predicaba la necesidad de actuar de manera disciplinada, sincrónica y orgánica, oponiéndose a cualquier reacción instintiva o anárquica.
El 24 de noviembre de 1948, desde la jefatura del Estado Mayor General, dirigió el golpe militar más incruento de toda la historia, que derrocó a AD y al presidente legítimo y constitucional Don Rómulo Gallegos, dando inicio a una dictadura de 10 años, en la que él sería la figura principal.
Primero, como miembro de dos juntas (1948-1950 y 1950-1952), una presidida por el asesinado comandante Delgado Chalbaud y la otra por el títere civil Germán Suárez Flamerich, Pérez Jiménez se reservó siempre el cargo de Ministro de la Defensa. Fue visualizado como el hombre del poder real, y tras su descalabro electoral en noviembre de 1952, cuando se vio forzado a desconocer el resultado de los comicios que ganó Jóvito Villalba, decidió en nombre de las Fuerzas Armadas ejercer una dictadura con mano de hierro. Ahora coronel, se preocupó por elevar el nivel profesional de las FAN y dotarlas con armamento moderno, con el objetivo de consolidar su liderazgo y ponerlas al servicio de su ilimitada ambición de poder.
En 1957, cuando estaban por cumplirse sus cinco años de gobierno y debía someterse nuevamente a una prueba electoral, como lo preveía la constitución nacional mediante sufragio universal, directo y secreto, el dictador, curado de su nefasta experiencia de 1952, inventó una fórmula espuria y fraudulenta: el plebiscito. Según esta, la gente solo podía votar «sí» o «no» a la continuidad de su gobierno.
El 1º de enero de 1958, a primera hora, aviones Sabre y Vampiros, lo más moderno de la aviación militar, sobrevolaron Caracas, ametrallando el Palacio de Miraflores y la sede de la temida Seguridad Nacional en Plaza Morelos. Esta fue la señal para que actuaran las unidades de artillería e infantería comprometidas en la capital, al mando del mayor Trejo. Sin embargo, en una insólita y desconcertante maniobra, estas unidades evadieron atacar el centro del poder, situado a pocas cuadras de sus cuarteles, donde el dictador y su entorno civil y militar estaban presos del pánico. En lugar de atacar, optaron por una lenta marcha hacia Maracay, lo que permitió a Pérez Jiménez y a sus atemorizados jefes militares diseñar una contraofensiva que, circunstancialmente, logró derrotar y conjurar el alzamiento castrense.
En Miraflores, donde todos celebraban la aparente continuidad del régimen, el dictador, a pesar de su victoria, se hundió en una silla y, frente a su círculo íntimo, comenzó a llorar desconsoladamente. Uno de sus confidentes, el doctor José Giacoppini Zárraga, hombre de su mayor confianza, se atrevió a interpelarlo: «Lo veo triste, ¿por qué llora, General?» Pérez Jiménez, secándose las lágrimas, le contestó: «¡Usted no sabe, doctor, cómo me duele esto a mí! Son jóvenes a quienes me he esmerado en formar, los he dotado con el armamento más moderno y me he preocupado por su excelencia profesional, ¡y ya ve cómo me pagan!» Ignoraba aún el déspota que ese transitorio éxito sería solo el preludio de una insurrección de jóvenes oficiales democráticos que, solo 22 días después, lo echarían del poder, cansados de la ausencia de libertades, del robo y del abuso del poder.
*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano
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