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Opinión

CURUCUTEANDO / Las obras de un pintor esquizofrénico: Edvard Munch / Bryan Charnley

Edvard Munch, el icónico pintor noruego, vivió su vida marcada por la salud mental y la tragedia personal. Su obra refleja la angustia existencial y su lucha con la locura. Al fallecer en 1944, dejó un legado artístico que continúa cautivando al mundo.

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Munch buscó comprender su dolor y angustia a través de su arte. Obras como “La niña enferma” (1885-1886)
“La niña enferma” (1885-1886)

Edicta Gómez Merchán.- Hoy se conoce la esquizofrenia como un trastorno afectivo bipolar. La característica principal de esta enfermedad, son las fluctuaciones anímicas con fases maníacas y depresivas, que pueden cursar con síntomas psicóticos y que se presentan con manifestaciones conductuales peculiares, contenidos en el pensamiento depresivo o grandioso, según la fase en curso y cuyo controvertido tópico, se ha propuesto desde la antigüedad, como recordando citas de Platón: «La locura que proviene como un regalo del cielo, es el camino por el cual recibimos las más grandes bendiciones. La locura viene desde Dios, mientras que la cordura es meramente humana».

Existe la tendencia a asociar los estados y cambios afectivos con genialidad. Así lo refleja el gran artista alemán Alberto Durero, en su hermoso grabado llamado «Melancolía», que data de 1514. El ideal del romanticismo en el arte hizo suya esta relación genio-locura-enfermedad.

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Lord Byron, el poeta inglés, hizo mención al término, «Artista Torturado», diciendo: «Nosotros los artistas somos todos locos, algunos afectados de melancolía, otros de excesiva alegría, pero todos en alguna medida, trastornados».

Edvard Munch (Noruega 1863-1944)

“Enfermedades, muerte y la locura fueron los ángeles negros, guardianes que velaron mi cuna y desde entonces, me han perseguido durante toda mi vida”, siempre sentí que me trataron de manera injusta, sin madre, enfermo y con castigos amenazantes desde el infierno, que siguen cerniéndose sobre mi cabeza». Así se expresó Munch a lo largo de su existencia. Se ha dicho que este pintor expresionista noruego padecía esquizofrenia, pero al parecer no la tuvo, sino que le diagnosticaron depresión, caracterizada por su introversión, sus excesos alcohólicos, y por la continua relación con la enfermedad y la muerte, ya que su hermana Sophie y su madre murieron de tuberculosis, y su hermana Laura, estuvo ingresada y murió en un centro psiquiátrico, porque padecía de esquizofrenia; todo ello, marcaron su infancia y adolescencia e influyeron para siempre en su vida y en su expresión artística en la que manifiesta, experiencias, dolor, muerte, soledad, angustia y la inevitable vejez reflejados en sus obras.

Lo que constituye el mejor ejemplo en la historia del arte, y la influencia de un trastorno psíquico en la creación artística; es porque además el propio pintor, era plenamente consciente de esta relación. Cuadros como «La niña enferma» (1885-1886), «Muerte en la pieza del enfermo» (1895), «La madre muerta y la Niña» (1897-1899), con obsesivas repeticiones y variaciones, demuestran el profundo e insoslayable impacto, que estos sucesos tuvieron en su ser. Es indudable que en Munch hay presencia de perturbaciones permanentes, compatibles solo con una personalidad patológica; pero, hay elementos que orientan, a la existencia de un trastorno del ánimo, como son: la alternancia de períodos de intenso compromiso funcional, con otros de actividad relativamente conservada; la marcada inestabilidad afectiva, por la sucesión de fases depresivas, con períodos de euforia y la aparición en estos períodos, de alteraciones de la sensopercepción.

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Sus relaciones interpersonales eran inestables e intensas, y era incapaz de mantener una relación de pareja duradera; además de presentar frecuentes episodios de ira y explosividad, rasgos todos muy propios de este tipo de personalidad.

La obra más célebre del pintor noruego es “El grito”. Edvard Munch explicó, cómo la creó: “Estaba caminando con dos amigos. Se puso el sol. Sentí un ataque de melancolía. De pronto el cielo se puso rojo como la sangre. Me detuve y me apoye en una barandilla, muerto de cansancio y mire las nubes llameantes que colgaban como sangre, como una espada sobre el fiordo azul, negro y la ciudad. Mis amigos continuaron caminando. Se fueron y yo otra vez me detuve, asustado con una herida abierta en el pecho. Me quedé allí temblando de miedo y sentí que un grito agudo interminable penetraba la naturaleza”.

La otra obra “La niña enferma”, es el retrato de su hermana mayor que murió de tuberculosis en 1877, a la edad aproximada de 15 años.

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Tuvo un obsesivo y psicótico afán de autorretratarse; a tener una autoimagen persistentemente inestable, carencia que se expresa en la necesidad de fotografiarse, que lo acompañara toda su vida. Munch pintó aproximadamente 50 autorretratos a lo largo de su existencia. Mucho se especula sobre las razones que tuvo para retratarse tanto, pero es muy probable, que obedezca a la necesidad de tener certeza de su propia existencia, de sentirse y validarse, viéndose en una tela o en una foto.

Munch sufrió una enfermedad afectiva bipolar. Son sus propias descripciones, sobre sus alucinaciones que alimentan esta teoría, la misma productividad que emana de su obra maestra «El Grito» (1893)¸ así como lo evidencia una inusual actividad creativa, durante un viaje a Europa, el que culminó en un confuso incidente, con su amor de entonces Tulla Larsen; con quien tuvo una mórbida relación entre los años 1898 y 1902; luego que ella lo manipulara con una amenaza de suicidio, usando un arma que se disparó en el forcejeo, terminando con la pérdida de una falange de la mano izquierda de Munch.

El pintor fue hospitalizado en varias oportunidades, entre los años 1905 y 1909 por alcoholismo, asociado a productividad alucinatoria, ánimo depresivo e ideación suicida. Allí se tomó una foto de sí mismo, estando hospitalizado en la clínica psiquiátrica del Dr. Jacobsen en 1908, e intenta adoptar una postura que semeja el célebre cuadro de Jacques-Louis David, (francés), que representa la muerte de Marat, asesinado en el baño.

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Así también estando internado durante varios meses en una clínica danesa, aprovecha de autorretratarse en muchísimas fotografías. Estuvo involucrado en hechos de violencia, riñas, peleas y agresiones, incluso a otro pintor, debiendo abstenerse de volver a su patria por 4 años. Varios de sus cuadros recuerdan esta disputa.

Decía: «Estaba al borde de la locura: era solo tocar y caer». «Así como Leonardo estudió la anatomía humana y disecó cuerpos, yo trato de disecar almas». «Mis problemas son parte de mí y por lo tanto de mi arte. Ellos son indistinguibles de mí, y su tratamiento destruiría mi arte. Quiero mantener esos sufrimientos». En una edad avanzada decía: «sin temor, ni enfermedad, mi vida habría sido como un barco sin timón». A los 70 años Munch le dijo a su médico: «la última parte de mi vida ha sido un esfuerzo para estar de pie. Mi camino ha sido siempre a lo largo de un abismo».

Munch dijo repetidamente: «no quiero morir súbitamente o sin saberlo, quiero tener esa última experiencia también”. En sus últimos autorretratos da cuenta de su eventual confrontación con la muerte. Es así como en el último: «Autorretrato entre el reloj y la cama» (1940-1943) sitúa su ya frágil figura, entre el símbolo del inexorable paso del tiempo y una cama en la que puede esperar la muerte.

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Así explicaba como concebía su arte: «Yo pinto las líneas y colores que impresionan en mi retina, Pinto de memoria sin agregar nada, sin los detalles que ya no veo enfrente de mí. Esta es la razón de la simplicidad de mis obras, su obvio vacío. Pinto las impresiones de mi infancia, los apagados colores de un día olvidado». «Pintar es lo que el cerebro percibe a través del filtro de los ojos». En 1930 sufrió una hemorragia del humor vítreo de su ojo derecho, atribuida a hipertensión y estrés, lo que pese a las dificultades que le acarreó, no le impidió seguir pintando. En las obras de este período, es posible advertir como aprovechó su enfermedad ocular y las distorsiones visuales que sufría para reflejarlas en sus cuadros. Se dio cuenta que esta afección le permitía experimentar sensaciones visuales imposibles, de tener con una visión normal.

Ya en la senectud Munch aún recordaba: «Mi padre era médico militar, tenía un temperamento difícil, un nerviosismo hereditario, muy angustiado. Después de la muerte de mi madre, él se convirtió a la religión con una intensidad, casi como una obsesión religiosa, que podría alcanzar, las fronteras de la locura mientras caminaba de un lado a otro en su habitación, rezando a Dios; pareciendo haberlo hecho indiferente al éxito mundano y solo podía asustar a sus hijos». Cuando la ansiedad no lo poseía, podría ser como un niño, haciendo bromas y jugar con nosotros. Cuando nos castiga, podría ser casi un loco en su violencia.

El 23 de enero de 1944 falleció Munch en Noruega, solitario, tal como había vivido toda su vida, sin más compañía que la de sus 2 perros, en su casa a las afueras de Oslo. Al morir, legó más de 1.000 cuadros, 15.400 grabados, 4.500 dibujos y acuarelas y seis esculturas a la ciudad de Oslo, que le rindió homenaje con la inauguración del Museo Munch en 1963.

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Bryan Charnley

En 1991 el artista inglés Bryan Charnley, de 42 años, comenzó a pintar autorretratos para soportar el invasivo y creciente rigor de la esquizofrenia, que padecía desde que tenía 17 años de edad. La enfermedad, que le había impedido terminar unos prometedores estudios de arte, era un condicionante demasiado agotador.

Confiaba que los cuadros, concebidos como un diario de medicación, fuesen un registro de sentimientos, sensaciones y síntomas físicos, según los cambios del cóctel de drogas que le recetaban los médicos y que, como muchos enfermos de esos que llamamos locos, extienden una frontera de fuego entre ellos y nosotros, que combinaba a veces a su libre albedrío, cansado que ninguna fórmula le proporcionase al menos cierta paz.

En 1983, a los 34 años, el pintor tomó una opción tajante: dedicar toda su obra a la esquizofrenia, e intentar explicarla. Quería desentrañarse, mostrar lo que sucedía o lo que creía que sucedía, enumerar las píldoras que los psiquiatras le recomendaban y narrar los efectos de las drogas.

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Primero se dedicó a pintar alegorías: ambientes cargados de oídos y ventanas, puntos de entrada de las emisiones exteriores que empezaban a invadirle, cabezas vendadas por visiones torturadoras, abiertas en varios planos. “Es arte despojado de toda pretensión esotérica o conceptual. Estoy feliz de haber adoptado este formato, que me parece más vital que cualquier ismo”, (se emplea para nombrar una corriente filosófica, literaria o artística, cuando es efímera), escribió, dando aceptación a la enfermedad como centro y médula. A Charnley no le pareció suficiente el compromiso con la enfermedad que se había apoderado de su mente hasta el grado de ser su verdadera y única identidad.

A partir de marzo de 1991 se propuso culminar un autorretrato cada día. Aunque no consiguió mantener esa exigente cadencia, explicó por escrito cada autorretrato. Empleó una honestidad devastadora para relatar el aplanamiento afectivo, los descarrilamientos del discurso, el comportamiento catatónico, las alucinaciones auditivas, los delirios, el abandono, el ascenso de los delirios paranoicos y la falta de respuesta emocional, que hacen de la esquizofrenia una de las enfermedades mentales más dolorosas y paralizantes. En cada autorretrato de Charnley se recorren los tramos del combate de un hombre contra su propia sombra, el más sanguinario de los rivales.

El 20 de abril, junto al segundo autorretrato, con la mirada enfocada en nadie sabe dónde, gesto saturnal, formas agusanadas emergiendo de la cabeza, terminales de recepción para la cacofonía que pide acceso, escribe: He bajado la dosis a una tableta de 3 mg de Depixol y Tremazepam para poder dormir. Muy paranoide.

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El vecino de arriba lee mi mente y me responde pidiendo algo así, como que crucifique mi ego. Tres días después solo alcanza a mostrarse, como un garabato de ojos y boca tachada: Soy incapaz de concentrarme y la pintura tiene la crudeza del mal grafiti. Lo achaco a que el medicamento rebaja la concentración hasta romperla (…). Creo que la mayor parte de las personas que me rodean tienen una capacidad extrasensorial, que les da acceso a mi mente. Soy como un ciego, por eso tacho mis ojos. También me hablan y me dicen lo que pienso. Soy un mudo, por eso tacho mi boca.

El 24 de abril regresa el “efecto graffiti”. Charnley se siente agotado. Motea con sangre el interior de su cabeza: No tengo ojos para ver lo que sucede (…) Fumo mucho (…) La sangre de los puntos en el cerebro es mía. Me hice un corte en el pulgar. Cinco días más tarde, recupera parte de la conciencia plástica, para pintar un cielo poblado de cuencas oculares: El cuadro pretende expresar mi desorientación (…) También ilustra un escenario teatral, porque sigo sintiendo que me observan. Me siento como el objetivo de comentarios crueles de otras personas, especialmente de los negros (…) No tengo lengua, una lengua real, y solo puedo balbucear. El clavo en mi boca lo expresa (…)

Me mantengo alejado de las mujeres por consejo de mi psiquiatra. Estoy cansado de explicar mis cuadros (…) El azul significa que estoy deprimido (…) Las emisiones mentales siguen en aumento (…) La gente se ríe de mí. Evito cualquier contacto social. Charnley detecta un ser interior invasivo en sus cuadros, algo que crece y se desarrolla dentro y busca una vía de salida. Lo define como una araña que emerge del corazón, que quizá está roto y sea la causa de todo (…) Tengo miedo (…). Las patas de las arañas son mi esencia. Son menos potentes a medida que se alejan de mi mente (…) Son la inhibición, social y de todo tipo.

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Las cáscaras de huevo han sido vaciadas de contenido. No me queda nada, ningún secreto (…) Me siento suicida: por eso los cuervos, como en el último cuadro de Van Gogh (…) Los cuervos salen de los huevos, son mis pensamientos alejándose. Todo este cotilleo aumenta el miedo a la telepatía (…). ¿Quieren divertirse? Es como si todos intentasen, sostener con el pie la puerta de mi mente para poder entrar. La boca y la lengua clavadas, significan que no tengo respuestas para oponerme.

Mi cerebro y mi ego, están atravesados por labios como Cristo en la cruz, incapaz de moverme sin sentir un dolor severo (…) Rabia a causa del miedo, que da paso a la paranoia (…) ¿Podrá cambiar la situación o será siempre igual? (…) Espero que mis autorretratos sean un documento sobre lo que es ser esquizofrénico.
El 19 de julio de 1991 Charnley llega al final de la cuenta atrás, el camino inverso que había iniciado cuatro meses antes y pinta el último cuadro: una mancha roja y amarilla, los colores de la ira; con leves ribetes purpúreos, el del sufrimiento, que se disuelven en un confín oscuro.

Deja la pintura en el caballete y se suicida allí mismo, ante el más vacío, hueco y apagado de sus autorretratos. No consideró necesario o no pudo escribir nada. La obra es un grito no articulable. El mismo año en que decidió pintar su esquizofrenia como camino del autodescubrimiento, Bryan Charnley escribió una declaración artística en forma de poema. La palabra “humillación”.

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Marcelo Miranda C.1, Eva Miranda C, Matías Molina D.
-Departamento Neurología Clínica Las Condes.
-Laboratorio de Psicología y Neuropsicología Cognitiva, Universidad París Descartes.00
a Neuropsicólogo.
-La cuenta atrás del pintor esquizofrénico Bryan Charnleyhttps://blogs.20minutos.es › trasdos › ..
-Agradecimientos: A Osvaldo Gil, Bibliotecario Facultad Medicina Universidad de Chile por el apoyo bibliográfico.urante sus internaciones en clínicas psiquiátricas, su deseo de autorretratarse se intensificó, buscando constantemente una auto-validación. A lo largo de su vida, realizó cerca de 50 autorretratos, cada uno reflejando su búsqueda de identidad y su lucha interna.

Por: Edicta Gómez Merchán
Educadora / Comunicadora

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