América Latina
El versito es el que jode
El general Joaquín Crespo marcó la política venezolana del siglo XIX con liderazgo militar, cambios constitucionales y su particular relación con la prensa.
Por: Rafael Simón Jiménez.- El final del siglo XIX venezolano estará dominado por la figura del general Joaquín Crespo, un militar guariqueño involucrado casi desde niño en los vivaques de las guerras civiles que, casi ininterrumpidamente, habían ensangrentado a Venezuela desde el final de la guerra de Independencia. Siendo un adolescente de 14 años, se incorpora a las partidas liberales y, a fuerza de valor y coraje demostrados en los campos de batalla, logra ascender en posiciones políticas y castrenses.
En 1886, cuando Antonio Guzmán Blanco, el jefe del liberalismo y consagrado caudillo y amo de Venezuela desde 1870, le toca escoger un sucesor, luego de la trastocada elección de Francisco Linares Alcántara, que casi le cuesta su defenestración y exilio definitivo, redobla sus aprehensiones y fija sus ojos en el único personaje leal y confiable: el ya general en jefe Joaquín Crespo, quien desempeñaría por dos años la primera magistratura y, al término de su corto mandato, propiciaría el retorno del llamado Ilustre Americano al poder en su último mandato, que recibiría el nombre de la «Aclamación».
La ruptura entre Guzmán y Crespo se producirá cuando, de nuevo, el gran jefe agote el lapso bianual impuesto por sí mismo para alternar sus presidencias con su reparador reposo parisino. El leal Crespo piensa que, de nuevo, gozará del favor del caudillo para volver a la Presidencia, pero los planes de este son otros, y se los comunica al aspirante a sucederlo en una entrevista entre ambos que termina en contrariedad y alejamiento.
La hora definitiva de Joaquín Crespo llegará en 1893, cuando Raimundo Andueza Palacios, que ha sucedido a Rojas Paul, auténtico sepulturero del guzmancismo, se deje ganar por la idea de modificar la Constitución para extender el período presidencial a cuatro años y permanecer en el poder. Crespo, que se ha recluido en su hato guariqueño, reacciona frente al continuismo del jefe de Estado y le envía un ultimátum instándolo a dejar el poder. Las palabras conminatorias no surten efecto, y el caudillo se apresta a tomar las armas, proclamando la llamada «Revolución Legalista», que, a sangre y fuego, logra imponerse, elevando de nuevo a Crespo a la primera magistratura.
Una vez en el poder, el nuevo presidente se propone cambiar la Constitución, por la cual se ha trabado en guerra con su antecesor, logrando finalmente imponer un mandato de cuatro años, sin reelección inmediata, y estableciendo el sufragio universal, directo y secreto como mecanismo de elección. Su gestión al frente del Ejecutivo se caracterizará por una apertura política y amplias libertades, todo lo cual era tutelado con la fuerza de su liderazgo y su prestigio militar.
Al amparo de ese clima de derechos y tolerancia, en Venezuela se abre un debate ideológico y se multiplican los órganos de prensa, que muchas veces ejercen fuertes críticas al gobierno y al propio jefe de Estado. La oposición al decadente liberalismo amarillo, que sin saberlo entra en su etapa de decadencia y colapso, se organiza en el llamado Partido Nacionalista, promovido por jóvenes profesionales de prestigio que encuentran en el general José Manuel Hernández, apodado «El Mocho», su figura pública. Pronto, con sus planteamientos, carisma y atractivo personal, se transforma en un auténtico fenómeno de masas.
Crespo, convencido de su invulnerabilidad frente a la sátira, el sarcasmo y la crítica, disfruta diariamente de los periódicos que le lanzan dicterios, improperios y descalificaciones. Incluso ríe a carcajadas al leer chistes o caricaturas que le hacen sus adversarios, tratando de no tomarlos en serio, a pesar de que el tono de las mismas se incrementa diariamente.
En medio de ese clima, una mañana, uno de sus más cercanos colaboradores madruga a la casa presidencial para informar al presidente de una grave denuncia que aparece en la prensa de aquel día. Antes de que el atribulado funcionario desembuche el contenido de la agresión, el caudillo, sin inmutarse y desconcertando a su interlocutor, le pregunta:
—¿Pero la denuncia calumniosa está hecha en verso o en prosa?
El interpelado, sin entender bien el sentido de la interrogante, se apresura a contestarle:
—En prosa… en prosa.
Entonces Crespo, impertérrito, le responde:
—Ah, si es así, no importa… porque el versito es el que jode.
*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano