Opinión
Si no entregan el dinero… ábranles las cajas a mandarriasos
Manuel Antonio Matos, banquero y político venezolano, fue una de las figuras más influyentes y polémicas del último tercio del siglo XIX. Su ascenso al poder estuvo marcado por su ambición, alianzas estratégicas y la inestabilidad política que caracterizó la época.
Por: Rafael Simón Jiménez. El llamado general Manuel Antonio Matos fue el hombre más rico de la Venezuela del último tercio del siglo XIX. Habiendo vivido durante seis años en el exterior, adquirió conocimientos y experiencias en el negocio bancario, por lo que, a su regreso al país en 1870, se vinculó al sector comercial y a la incipiente actividad bancaria, amasando progresivamente una gran fortuna, que le creó ambiciones políticas, apuntaladas además por su condición de concuñado del poderoso doctor y general Antonio Guzmán Blanco, quien por esos tiempos ejercería prolongada hegemonía en la jefatura del Estado.
El generalato que ostentaba Matos no correspondía a laureles o grandes desempeños militares; en 1874, su poderoso cuñado le pidió acompañarlo en la campaña destinada a lograr la rendición del diestro y fiero caudillo León Colina, quien, luego de ser lugarteniente de Guzmán, se alza en armas contra este, siendo derrotado. Al regreso de la incursión bélica, el Presidente le otorga a su familiar político el título de general de brigada, que compensaba más sus aportes económicos y militares.
Matos incrementa su fortuna tras los grandes negocios que Guzmán Blanco realiza desde el poder, y a medida que crecen sus caudales, también se incrementan sus ambiciones políticas. En 1883, se convierte en gestor y promotor del Banco Comercial de Venezuela, génesis del posteriormente denominado Banco de Venezuela, entidad que actúa como auxiliar de la tesorería nacional, beneficiándose de las operaciones de redescuento que realiza el sector público. Luego, en 1890, Matos auspicia la conformación del Banco Caracas, transformándose de hecho en el primer banquero de Venezuela.
Cuando en 1887 Guzmán Blanco se prepara para dejar por última vez la presidencia, antes de marchar a su anhelado y reparador descanso parisino, en el seno del decadente partido liberal se arremolinan y multiplican los candidatos a sucederlo. El primer aspirante es el general Joaquín Crespo, quien ha desempeñado la jefatura del Estado en el bienio 1884-86, y quien de nuevo quiere volver al gobierno. También entre los que buscan el favor presidencial está Manuel Antonio Matos, quien alberga esperanzas en contar con el favoritismo de su poderoso concuñado. Guzmán, sin más ni más, descarta a ambos con argumentos fabricados para cada cual. A Crespo le indica que una nueva alternancia entre ellos sería repetir la funesta experiencia de Páez y Soublette, y a Matos le señala que si lo impusiera estaría reeditando el nefasto nepotismo de los Monagas.
Desprovisto del apoyo de Guzmán y ausente este de Venezuela, Matos tratará con sus influencias y su poder económico de lograr la presidencia. Designado Ministro de Hacienda durante el gobierno de Andueza Palacios, tiene la franqueza de advertir a este sobre las consecuencias de su afán continuista, que hará triunfar la revolución legalista que encabeza Joaquín Crespo, con quien llega a unos acuerdos iniciales que luego terminarán en roces y distanciamientos que lo obligarán a una temporada de dos años fuera de Venezuela.
Cuando el poderoso banquero e improvisado general regresa a Venezuela, en el país están a punto de cambiar las cosas. Crespo se ha empeñado en realizar un fraude electoral para imponer a su sucesor, el general Ignacio Andrade, y cerrarle el paso al popular José Manuel Hernández “El Mocho”, y luego, al alzarse este en armas para reivindicar su victoria electoral, sale a perseguirlo, encontrando la muerte en la “mata carmelera”, lo que sume al país en el desconcierto y la incertidumbre al carecer el nuevo presidente de cualquier apoyo político o militar confiable. Matos navega en esas encrespadas aguas pensando de nuevo en que los acontecimientos pueden catapultarlo al poder.
El vacío que deja la muerte de Crespo será la oportunidad que desde hace siete años está esperando en su voluntario exilio cucuteño el general Cipriano Castro, quien, al enterarse de los acontecimientos, encabeza en mayo de 1899 una invasión desde la remota frontera colombiana con un ejército de 60 improvisados guerreros, en una aventura en apariencia destinada a la frustración, pero que gracias a las traiciones, deserciones y cabriolas que se suceden alrededor del atribulado presidente, le permite al ejército expedicionario llegar a Valencia. Hasta la capital carabobeña va Matos como emisario y negociador del agonizante gobierno de Andrade, y al plantearle su propósito, el general andino, que se encuentra convaleciente de una caída de su caballo en la reciente batalla de Tocuyito, le dice categórico: “Aquí no hay negociación posible, tienen que rendirse a discreción”.
Matos se queda al lado de Castro en Valencia, mientras Andrade, traicionado por todos, decide abandonar el gobierno y el país, despejando la entrada a Caracas de Cipriano Castro y su variopinto ejército andino, que arriba el 23 de octubre de 1899 acompañado de Manuel Antonio Matos, quien, sin embargo, al llegar a su residencia le dice a su mujer con toda razón: “¡Ahora estamos en las manos de un loco!” No tardaría en corroborar su apreciación, pues, carente de fondos, el nuevo gobierno impone a los bancos locales un empréstito forzoso, que, al agotarse, pretende repetir. El general Matos, de buenas maneras, trata de convencer al nuevo mandatario de la imposibilidad del mismo, y frente a la virtual negativa, su canciller, nada menos que el ex presidente Andueza Palacios, le da un consejo: “Si no quieren entregar el dinero, se abrirán las cajas fuertes a mandarria.” Lo que se tradujo en una orden de prisión a Matos y sus compañeros financistas, que, in extremis y desde la terrible cárcel de La Rotunda, deciden acceder a la petición oficial.
Matos se irá del país y volverá financiado por grandes consorcios extranjeros para encabezar la más grande y a la vez la última de las guerras civiles venezolanas, la llamada Revolución Libertadora, que, derrotada por falta de pericia y mando militar, lo condenará a un nuevo exilio que se prolongará hasta diciembre de 1908, cuando el golpe incruento encabezado por el vicepresidente eche a Castro del poder, y será Matos, canciller de Venezuela, a quien tocará presidir la celebración del primer centenario de la independencia venezolana.
*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano